No corren buenos tiempos para la consellera de Sanidad, Ana Barceló (PSOE). Los datos indican que la situación de la pandemia en la Comunidad Valenciana empeora por momentos mientras desde su departamento han lanzado una campaña para lavar su imagen.
De nada vale. La Comunidad Valenciana es la más lenta vacunando después de Madrid con la inoculación de un 88,1% de las vacunas recibidas. Y mientras tanto, aumentan los casos acercándonos peligrosamente a los datos de la tercera ola.
El escenario tampoco es halagüeño fuera de la pandemia. La atención primaria primaria en pleno periodo vacacional está en peligro por la falta de sanitarios después de haber despedido, incluso por Whatsapp, a 3.000 profesionales. Y Compromís le ha ganado la batalla de la reversión del departamento de Torrevieja, imponiendo el fracasado modelo de Alzira.
Cuestionada dentro y fuera del Consell, los planes de Ximo Puig y de su aliado coyuntural en Alicante, Ángel Franco, podrían sin embargo pasar por situarla en el hipódromo de las municipales de Alicante.
Lo que se está extendiendo como una especulación por las filas socialistas de Alicante es arriesgado, pero tiene sentido. No en vano, Pedro Sánchez hizo una operación parecida hace meses en las autonómicas catalanas colocando al controvertido gestor de la pandemia, Salvador Illa, como candidato a la Generalitat. Y ganó las elecciones, aunque sin posibilidades de gobernar.
La notoriedad del candidato con apariciones diarias en los medios jugó a favor de Illa y puede jugar a favor de Barceló, sobre todo en una ciudad en la que el PSOE tiene dificultades para encontrar un candidato medianamente conocido entre el votante medio. Por muy criticada que sea por parte de la oposición, la sajense podría movilizar el voto de la izquierda.
Esta misma semana Barceló ha recalado en un acto de partido en la ciudad para arremeter contra el alcalde popular Luis Barcala. Lo hacía en el contexto de la negativa de PP-Cs-Vox de otorgar una medalla a la Sanidad Pública -es decir a ella- que recogería el presidente de la Generalitat, Ximo Puig.
La derecha justificó correctamente su negativa en el hecho de que explícitamente se dejaba fuera a la Sanidad Privada, con idénticos méritos que la gestionada por Barceló. Y que encima la propuesta tenía un objetivo político: dar un espaldarazo a Puig como líder autonómico. Lo más bonito que se dijo en esa reunión de Barcala fue "sectario". A Barceló a veces le pierde el carácter y no sé si esa es buena virtud de candidata. En su trayectoria política ha demostrado carecer de cintura.
El PSOE lleva desaparecido de Alicante desde la caída del alcalde Gabriel Echávarri. La guerra de Eva Montesinos con Ángel Franco se saldó en tablas, y si el alicantino buscó un médico retirado para encabezar la candidatura, Puig le respondió aupando al director del Teatro Principal, Francesc Sanguino, como cabeza de cartel.
El mirlo blanco de Puig pronto se tornó en mediocre gorrión. Absolutamente desparecido y sin liderazgo en el grupo, Sanguino es lo mejor que le ha pasado al PP en los últimos tiempos. No ha empeorado en mucho la historia del partido en la ciudad en los últimos 20 años. Es difícil saber quién ha sido el opositor más nefasto de entre José Antonio Pina, Blas Bernal, Etelvina Andreu o Elena Martín, pero posiblemente Sanguino se lleva la palma por invisibilidad manifiesta y voluntaria.
Puig y Franco todavía tienen tiempo para maniobrar. Aunque no mucho. El PSOE debería llegar a las navidades de 2022 con un líder local si quieren tener una oportunidad al año siguiente. Pero con el socialismo alicantino nunca se sabe.