Vamos a remontarnos a unas hogueras ni mejores ni peores que las actuales. Simplemente eran diferentes, y que podríamos establecer desde poco antes de mitad de los ochenta hasta las primeras ediciones del decenio siguiente. Eran unas fiestas más inocentes, menos sofisticadas quizá, pero, sin duda, más nuestras.



Pues bien, a nivel plástico, el panorama general era menos estimulante que el actual, pero, por el contrario, se encontraba definido por dos extraordinarios cabeza de cartel. Dos símbolos que, por encima de la propia prestancia artística de su obra, lograron erigirse como conciencias de una estética que se bautizaba como propia.



El impacto, la rotundidad, el desafío y el genio lo brindaban anualmente los desafíos de Pedro Soriano en categoría especial, en no pocas ocasiones auténticas cimas creativas del arte efímero en Alicante.

Pero junto a él, de manera complementaria, se brindaba la minuciosidad, el intimismo, la extraña y colorista serenidad que desprendían las creaciones de José Muñoz Fructuoso –‘Pepe’ para los amigos-, que nos dejó el pasado sábado tras no pocos años alejado de la producción, pero sin duda quedará eternamente presente en cuantos lo apreciamos y disfrutamos con su obra.

1991. José Muñoz Fructuoso en su taller.

1991. José Muñoz Fructuoso en su taller. Vicente Sánchez

En un panorama como el que describimos, las hogueras de Pepe eran por lo general un prodigio de equilibrio en diferentes elementos plásticos. En unas composiciones eternamente cuidadas. En una deliberada huida de riesgo innecesario. En un modelado crecientemente depurado. En una gama pictórica que casaba a la perfección con la luz de junio en nuestra tierra…



Pero es que además cuidaba los contenidos de sus hogueras y fallas con la misma minuciosidad que en su vertiente plásticos. Él mismo elaboraba sus punzantes guiones -con los que llegaba a provocar la carcajada del público, quizá el objetivo último de cualquier muestra del arte efímero- hasta el punto de redactar sus propias y cuidadas cartelas, demostrando al mismo tiempo su eterno contacto con la actualidad local, regional e incluso nacional.



Muñoz Fructuoso fue un artista que, en el fondo, se fue haciendo a sí mismo. A partir de sus primeros pasos en los primeros años setenta cada año iba mejorando la expresión de su profesionalidad, en aquellos años desde su pequeñísimo y lejano taller de Torrellano.



Sin embargo, con la perspectiva que nos proporciona el paso del tiempo, creo que el compendio de su obra para Alicante, nos permite definirla como la una inesperada y afortunada mixtura en una deriva personal de la herencia brindada por Remigio Soler, aunada con la querencia por composiciones intimistas y depuradas que estrenara en les Fogueres Adrián Carrillo durante la segunda mitad de los años cuarenta.



Fue esta una conclusión que le formulé al propio Pepe en 2017, ante su sorpresa, ya que siempre se consideró un artista mediano. No fue así. Todos los sabemos. No es solo que su obra estuviera trufada de merecidos galardones en Alicante y Valencia, o que fuera el primer artista que se tomó en serio las hogueras infantiles desde finales de los setenta. José Muñoz Fructuoso fue siempre, para todos nosotros, un referente.



Alguien que con su arte efímero alentó la autoestima de todos los foguerers de aquel tiempo que, de manera inconsciente, y cada uno desde su propia atalaya, luchamos por unas fiestas renovadas y mediterráneas. Sin él darse cuenta, fue uno de los más valiosos abanderados de esta tendencia. Por todo ello, por saber vivir ‘en fiesta’ toda tu vida, gracias, Pepe.