Desde mediados los ochenta y hasta los primeros años del presente siglo, fue bastante habitual encontrarse en cada edición festera con caídas de algunas de las principales hogueras plantadas en Alicante. Una cierta desmesura en la monumentalidad -no siempre bien encauzada técnica ni presupuestariamente- facilitó una sucesión de lamentables accidentes por fortuna hoy día superados.

Pero hay que remontarse a los primeros años de nuestras fiestas para certificar la existencia de estos desplomes, en aquellos tiempos mucho menos informados y prolongados en la memoria hasta nuestros días. Hoy vamos a evocar la que se tiene como primera caída de una foguera, que se remonta a 1934, y las curiosas e inesperadas consecuencias que tuvo con posterioridad.

La foguera Alfonso el Sabio de 1935, ironiza sobre el fiasco del año anterior. Archivo J. C. Vizcaíno

Este colectivo lo formaban diversos autores valencianos -Fernando Guillot, Rafael Peral, Manuel Villasalero, Chuliá, Llópis, Pajarón…-, todos ellos dirigidos por José Pérez a partir de 1932 y hasta 1934. Una vez pasadas las fallas en Valencia se establecían unos pocos meses en Alicante para realizar los encargos asumidos, en especial los cinco de 1933. Ya desde 1935 trabajarían por separado en nuestra ciudad.

Es probable que la disolución del grupo se produjera precisamente por el desplome de la monumental figura de un zaragüell que remataba esta foguera, titulada Espera sentat, de quince metros de altura que, tras un largo debate con los técnicos municipales, se evitó que su plantà permitiera discurrir el tranvía por debajo de sus piernas. Finalmente, se ubicaría en esta avenida, en la confluencia con las dos esquinas de la calle Segura, donde actualmente se suele instalar la portada de la barraca “Els Chuanos”.

Los escasos testimonios revelan que el montaje de esta ambiciosa foguera comenzó a mediodía del 22 de junio -debía permanecer plantada desde la mañana- y poco después se desplomó su enorme figura central, sin que se conozcan fotografías de la misma, y pese a recibir el premio de la Cámara de Comercio.

La primera consecuencia de este hecho se produjo al año siguiente, cuando Manuel Villasalero -uno de los componentes del citado ‘Unión Arte’- ya individualmente realizaba la foguera del mismo distrito que, bajo el lema Ofrenda, no suponía más que un irónico recordatorio del fiasco de la anterior obra plantada, con una enorme alicantina que ofrecía una corona de laurel al pie del remate caído.

Sin embargo, la consecuencia más perdurable y desconocida se plasmaría veintiún años después, cuando el maestro Ramón Marco retomó y perfeccionó el proyecto de aquel grupo -en el que colaboró siendo aprendiz- al dar vida a una de sus obras más célebres; la que plantó para la entonces Plaza del 18 de julio en 1965, titulada “Fiestas de Interés Turístico”.

Según propia confesión del ‘mestre’ al dar vida uno de los más carismáticos remates de nuestra celebración, recreó la monumental y elegante figura de un alicantino ataviado de zaragüell, retomando aquel precedente que había contemplado siendo muchacho.