En pleno año de pandemia, el Ayuntamiento de València anunció una bonificación de hasta el 60% en el IBI y en el IAE para los teatros de la ciudad. Si bien a mi entender las condiciones eran demasiado exigentes: treinta años de actividad cultural del recinto. Del mismo modo, esta bonificación se aplicó a salas de conciertos.
El Teatro Principal paga al Ayuntamiento 27.000 euros de IBI (2019). La ordenanza no tiene en cuenta las enormes dificultades para abrir una sala (Valladolid, con igual población, cuenta con siete salas públicas o privadas). Alicante no cuenta con ninguna sala al margen de los teatros, por lo que el más de medio millón de euros de ayudas de la Generalitat a las salas se queda en el cap i casal por incomparecencia de Alicante. Por una vez, no hace falta que nos marginen, ya lo hacemos nosotros sin ayuda.
Hemos leído al concejal de Cultura que él considera que Alicante ha de ser una ciudad de exhibición y no de producción local (como si hubiera que elegir entre una cosa y la otra). Sin embargo, en Málaga, no se renuncia a la productividad local. Mientras Antonio Banderas abre teatro y produce, mientras el Ayuntamiento malagueño financia con centenares de miles de euros el Proyecto Echegaray de producción teatral, aquí, tanto el Ayuntamiento como la Generalitat apoyan la Residencia Estruch con la nada deleznable cifra de cero euros.
Todo lo financia con sumo esfuerzo el Teatro, único de estas características que no es público en España. Lamentablemente, la cifra de la residencia, a pesar del aumento de aportaciones al Teatro por sus dueños, baja cada año. Al final tendrán que llamarla Pensión Estruch. Mientras que el gasto público del Teatro Principal de València es de 3 millones y el del Teatro Principal de Castelló es de 1,5 millones, el gasto público del nuestro es de 360.000 euros. Nuestro Ayuntamiento, ni come ni deja comer.
Y si la implicación histórica de la Generalitat ha sido paupérrima en nuestra ciudad, no lo es menos con el festival más importante del sur de la Comunitat: el Festival Medieval de Elche, cuya apuesta autonómica da verdaderamente sofoco, muy lejos del Festival de Mim de Sueca o de la propia Mostra d’Alcoi.
Es un error que semejante hito recaiga solo en espaldas municipales. No les vale a los responsables culturales tampoco que el alcalde de Elx demuestre su compromiso cultural con el anuncio de la creación de un centro para las Artes Escénicas en un barrio vulnerable. Igualito que aquí.Pero hay que empezar dando ejemplo desde casa y favorecer la productividad cultural no desde Cultura (llámenme loco), sino desde Hacienda y la Agencia Local de Desarrollo, porque la cultura es una actividad económica más.
Para lo cual, estoy seguro de que este equipo de gobierno tiene margen. Por ejemplo, bajando algunos impuestos con 1) bonificaciones de IBI e IAE a teatros y salas de la ciudad tanto públicas como privadas e incentivos a nuevas salas, 2) lo mismo a productoras de artes escénicas, música, audiovisual, danza, circo... 3) A escuelas y academias de artes... 4) a las sociedades musicales (!), 5) a librerías, 6) a establecimientos de venta de instrumentos musicales, artes plásticas, material para la danza...
Pero no me quedaré en el ámbito municipal. Los derechos culturales de los valencianos es un ámbito en el que todavía no hemos empezado a caminar. Navarra cuenta con una ley desde 2019 en la que ensancha el campo de las Artes y las Humanidades a los valores de libertad, diversidad cultural, igualdad de género, pluralismo, cohesión social, accesibilidad y desarrollo sostenible. Sí, llámenlos escandinavos. Aragón anuncia que presentará su ley de derechos culturales en unos meses.
Y transitemos al ámbito nacional. Si se consiguió que Montoro bajara el IVA de las entradas a espectáculos bajo tortura, Montoro también se empeñó en que los derechos de autor para pensionistas se limitaran. Si es cierto que hemos avanzado en un estatuto del artista, sin que facilitemos la productividad ya pueden comerse los artistas el pliego del estatuto, el lazo y su sello lacrado, porque el IVA a la producción cultural sigue igual de alto. Y esto incide en los contratos que paga la propia administración pública. Es decir, en menos dinero para la cultura: toda una trampa 22.
Un gobierno que se declara socialcomunista debería ponerse a trabajar muy en serio y cuanto antes en la agenda cultural, es decir, de los derechos de la ciudadanía y en su industria. Sí o sí. Ah, y por lo pronto, bajar el IVA de los instrumentos musicales. No puede ser que un libro tenga el 4% y un violín el 21%.
Y finalmente, Europa. ¿Saben cuál es el país que más fondos públicos destina a la Cultura? ¿Francia? ¿Alemania? ¿Canadá? ¿Eslovenia? ¿Emiratos Árabes? Podemos ampliar la lista y no acertaremos. Pues se asegura a pies juntillas que EE. UU.
Créanme. Un querido amigo, director del Thalia Theatre de Nueva York, me comenta las sumas que recibe de las distintas instituciones: distrito de Queens, municipio y estado de Nueva York y Gobierno Federal: hasta cinco si contamos las donaciones empresariales.
Pero es que, además, EE. UU. cuenta con una tipología empresarial que en Europa apenas se ha desarrollado: las empresas non for profit. Un eslabón intermedio entre la asociación no lucrativa y la empresa convencional. Yo animo a que los organismos europeos empiecen a pensar en avanzar más allá de las asociaciones sin ánimo de lucro y las ONG y a considerar que es preciso un tejido empresarial para sectores específicos.
De ese modo, quizá podramos mantener el sistema sin tener que caer en esta hiperprogramación que vivimos, sostengo.Como ven, no he cometido el error de comparar EE.UU con España. La comparación es con Europa y la responsabilidad es de la gobernanza de los estados europeos asociados.
Puede que al final de este artículo usted considere que esté todo por hacer en este país. Aunque no es así, sí es cierto que el sector que aporta el 4% del PIB es un sector económico con escaso sustrato industrial, político o laborales por la idea general que tenemos en España -un país donde ni siquiera los estudios artísticos superiores forman parte de la Universidad- de que las artes y las humanidades, la Cultura, es el hobby de unos cuantos y la profesión complementaria de algún catedrático de Universidad y no debe pasar de ahí, no vaya a ser que creadores y productores se crean un sector económico más ¡y pierdan el mimo de sus musas! Ya sabemos que la mejor inspiración proviene de pasar hambre, frío y entradas solo a precio de pudientes.
Me gustaría llegar a vivir en un país cuyos ciudadanos tienen un itinerario educativo y formativo profesional hasta la Universidad y más allá, con un tejido de empresas culturales líderes en Europa, no solo de referentes artísticos aislados; un país donde todo el mundo tiene las mismas oportunidades, viva en el barrio que viva y sea la que sea su identidad, donde hay acceso democrático por los precios como por su diversidad artística, donde el IVA de un instrumento musical no es el de lujo, donde las familias tienen respaldo de los gobiernos para que sus hijos estudien y trabajen en campos artísticos profesionales, donde se incentiva el emprendimiento en industria cultural. Es posible que así dejemos de pensar tanto en las butacas y los votos que representan y mucho más en lo importante: lo que sucede sobre escenarios, salas de los museos, salas de proyecciones o en los odeones.
Es decir, empecemos a ocuparnos menos por el número de butacas que tenemos en espacios municipales y más, por ejemplo, en que la próxima Toni Morrison, Zadie Smith o Jhumpa Lahiri sea una mujer que nació en Alicante, es de origen senegalés y vive en Colonia Requena.