No es la primera vez en la que hemos abordado esta circunstancia, pero a la hora de evocar la presencia de artistas alicantinos en las Fallas de Valencia hasta finales del pasado siglo, puede afirmarse que la misma estuvo significada por Agustín Pantoja en los años 40, Pepe Muñoz Fructuoso desde la segunda mitad de los 70 y hasta casi fin del XX -en donde cosechó importantes galardones- y, de manera más esporádica, Pedro Soriano, a partir de 1975.
Es cierto que según nos adentramos en la década de los noventa, esta presencia aumentaría de manera exponencial, hasta el punto de que ya durante este siglo en un par de ocasiones -2008 y 2009- el eldense Joaquín Rubio firmara sendas fallas en la sección especial para la comisión de Plaza de la Merced. Sin embargo, solo ha habido una ocasión en la que un artista foguerer realizó la falla más simbólica de la capital valenciana. Sucedió en 1960 y su autor fue el ya consagrado Ramón Marco.
Tras la edición de 1959, las fiestas valencianas iniciaban un despegue tanto artístico como organizativo que iría paralelo al desarrollismo franquista, y que permitiría un periodo de extraordinaria proyección turística de la ciudad en sus fechas de marzo -hubo años que tuvieron que abrir los cines de noche para alojar visitantes que no podían encontrar alojamiento; la oferta turística no disponía las características actuales-.
Durante muchos años, la entonces falla ubicada en la Plaza del Caudillo -actualmente del Ayuntamiento- se encontraba auspiciada por la llamada comisión “del Foc”, formada por personalidades significativas que sufragaban su coste, aun manteniendo la misma anualmente fuera de concurso.
En ese contexto, llegado el otoño de 1959 dicha comisión no tenía contratada la falla de 1960, y los principales artistas del momento ya se encontraban comprometidos para un marzo en el que se plantaron 149 fallas, ocho de ellas encuadradas en la sección especial.
La mediación de Tomás Valcárcel, sin ser aún en aquellos momentos presidente de la Comisión Gestora de Hogueras, y también la del veterano Regino Más, buen amigo de nuestro protagonista, fue la que abrió la puerta para que Marco -que entonces ya atesoraba en Alicante ocho triunfos en categoría especial- pudiera realizar la falla titulada A la luna… de Valencia, con la que el maestro alicantino proponía una sátira sobre la entonces candente rivalidad en la carrera espacial entre EEUU y la URSS.
Lo que pocos conocerán es que Marco realizó la falla en la propia Valencia, utilizando para ello una nave en las instalaciones de la Feria Muestrario que se encontraba situada al inicio del paseo de la Alameda. Hasta allí se trasladó junto a un equipo en el que se encontraba su más aventajado aprendiz, un entonces muy joven Ángel Martín, que años después se iniciaba realizando portadas de barraca, hasta que en 1968 debutara en les Fogueres, con gran éxito.
De tal forma, en tres meses y medio se pudo llevar a feliz término el importante encargo, que amaneció totalmente plantado en la principal plaza valenciana la mañana del 17 de marzo -entonces, las fallas solo permanecían en las calles durante tres días-. Fue un año donde el triunfo en la sección especial lo recibía Salvador Debón con su inmortal falla “de la calavera”, para la Plaza del Doctor Collado.