Es curioso como lo que ardió hace apenas dos semanas, se envuelve en la cada vez más lejana aura del recuerdo. Las fotografías quedan como testimonio de las impresiones que nos llevamos detrás de la valla, y solo una superior distancia temporal permite dejar en nuestro subconsciente aquellas hogueras que sobreviven al escaparate festivo de cada junio.
De entrada, tenemos que sentirnos satisfechos por el notable nivel técnico expresado por las hogueras plantadas en las pasadas fiestas, prolongando una tendencia habitual en los últimos años. La presencia de lo más granado del arte efímero valenciano en Alicante propicia esa elevada calidad, en la que, dentro del terreno concreto de las hogueras infantiles, ratifican valores locales como Sergio Gómez, Raúl García Pertusa, Sergio Guijarro o el más que emergente Álex López.
De entrada, vamos a obviar entrar en la polémica de las incidencias en la concesión de los premios de categoría especial. Lo reconozco, nunca me ha gustado el presente sistema, que hacía abjurar al ayuntamiento -entidad convocante- de su responsabilidad en la composición de sus jurados.
Al mismo tiempo, tampoco lo he ocultado, mi candidata al triunfo era la de Sèneca-Autobusos, admirable obra del tándem formado por José Gallego y Toni Pérez, con diseño de Corredera, que hubiera hecho quitarse el sombrero al mismísimo Remigio Soler. Como se puede comprobar, voy al revés del mundo. No deja de ser una opinión participar, dentro de un corpus en especial revestido en un gran nivel, al menos en 5 – 6 de sus participantes -un rasgo que por el contrario facilita que la disposición de premios sea controvertida-.
Pero más allá de ese brillo técnico en dicha élite, lo cierto es que en el resto de categorías se pudieron contemplar obras extraordinarias. No quiero omitir entre ellas las de Calderón de la Barca (Martínez Aparici) y Plaza de Santa María (Sánchez Llongo) que, junto a la anteriormente citada, completan mi terna favorita de 2023, después de haber contemplado 86 de las 90 hogueras plantadas.
Pero más allá de casos concretos, si hasta hace unos pocos años predominaban en Alicante hogueras con remate en invariable explosión, la ‘moda’ en nuestros días reside en un cuerpo central con busto a gran tamaño -esencialmente femenino- adornado en un envoltorio de elementos ornamentales a modo de reiteradas y singulares banderillas. Todo ello, en una disposición a dos planos simétricos en formato de abanico, elementos todos ellos heredados de nuestra estética, aunque matizados por una serie de rasgos quizá excesivamente barrocos.
Es quizá el momento de apostar por un retorno a esos rasgos arquitectónicos heredados del pasado de nuestras hogueras -basados en superficies planas ornamentadas-, que además de formar parte de dicha herencia plástica, ayudarían a plasmar propuestas que solucionarían y abogarían por una cierta monumentalidad, con diseños sencillos y ligados a la luz de esta tierra.
Ha habido en 2023 obras que apelan a dicha vertiente, que tuvieron su exponente más rotundo con la foguera de Santa Isabel (J. de Juanes) que, pese a sus desequilibrios, supo entender ese grito en torno a nuestra herencia, proporcionando una obra de notable impacto.
Y es que quizá sea, dentro de la obligada diversidad estética que deben presidir les fogueres, el momento de intentar dejar en segundo término ese predominio, manierista y repetitivo, que este año ha sido reiterado en exceso, envuelto en -eso sí- acabados irreprochables.