Esta semana el alcalde de Elche, el popular Pablo Ruz, se ha visto obligado a afrontar su primera gran crisis. Tener que prescindir de uno de sus principales concejales y amigos, José Navarro, por el escándalo del Viernes Santo en la iglesia de El Salvador de Elche. Sé que no ha sido un trago fácil para el primer edil ilicitano, pero no le quedaba más remedio. Incluso podría decir que tardó mucho en forzar la salida, encubierta en una dimisión voluntaria, del concejal de Deportes.
Y es que en política, cuando uno accede a un cargo de representación, no solo actúa movido por las pulsiones propias, sino que se debe a sus representados. Da igual la imagen que uno quiera transmitir. Esa imagen ha de ser compatible con la de los vecinos a los que representa, le hayan votado o no.
La vida privada de cada uno, sus relaciones sociales o afectivas, han de quedar al margen de la lucha partidista. Pero en este caso, lo que hiciera o no hiciera Navarro bajo el paso de Semana Santa (que no me importa) dista mucho de ser algo privado. Estaba allí representando a sus vecinos, para quienes está claro que resultó algo bochornoso.
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En lo personal, lo siento por Pablo Ruz. Hace año y medio, en otras circunstancias, perdió a su gran amigo y mano derecha en el PP de Elche, Sergio Rodríguez. Esa sí fue una pérdida irremplazable para todos los que conocimos a Sergio. Un camión conducido de forma irresponsable le segó la vida. Y eso ya no tiene remedio.
El caso de Navarro es distinto. Uno se equivoca en política o en su trabajo y debe asumir responsabilidades. Debe mirar hacia delante, y hay muchas puertas vitales y profesionales abiertas. Nadie es imprescindible y su gesto al dimitir ha facilitado mucho las cosas a Ruz frente a sus socios de Vox, todavía más escandalizados que los del PP por lo que hizo ebrio (según ha reconocido el ya exconcejal) el Viernes Santo.
Ruz no es el ni el primero ni el último en tener que tomar estas decisiones difíciles y lo ha hecho. Nada más empezar la legislatura, Carlos Mazón tuvo que forzar la marcha de Carlos Flores, líder de Vox en la Comunitat hasta entonces después de haber mantenido unas relaciones muy estrechas con la cúpula del PPCV durante años. Tampoco fue una decisión fácil, pero era inevitable tras su antigua condena por violencia de género.
Y también en el otro lado. Es probable que la crisis por la condena del exmarido de Oltra haya influido en la bajada de votos de la izquierda en los comicios autonómicos. Pero Ximo Puig tuvo que tomar una decisión y fue la de apartarla de la vicepresidencia de sus Consell. Y de poco vale que ahora se haya archivado caso en el que se le acusaba de un supuesto encubrimiento de los abusos sexuales de su exmarido. Esa decisión había que tomarla sin esperarse a la decisión judicial. Porque así es la política. Para unos y para otros, para todos, asumir responsabilidades políticas a su tiempo siempre es el mal menor.