El auditorio del Paraninfo brindó el pasado jueves una sonora ovación a la ministra Diana Morant tras su intervención en la apertura de curso de la Universidad de Alicante. Tampoco tuvo mucho mérito. La ministra socialista desembarcaba en la UA para mostrar su apoyo una vez más a la decisión de Ximo Puig de otorgar el grado de Medicina al campus alicantino. Independientemente de si se hizo bien o mal. ¡Qué más da que la Constitución Española prescriba que "todos los poderes públicos se encuentran sujetos a la ley"! ¡Retórica jurídica!
Su intervención giraba en tordo al eje del analfabetismo de la abuela de la ministra en comparación con su licenciatura -y la de su hermana- en Ingeniería de Telecomunicaciones. ¡Progresismo! La sociedad dividida entre quienes tienen posibles y pueden llevar a sus hijos a las universidades y los que no tienen -o más bien, no tuvieron- y nunca pudieron estudiar.
Un argumento que queda muy bien de cara a la galería pero que ya entrados en el siglo XXI, con todo tipo de becas para los estudiantes, resulta falaz. Más incluso cuando se trata de atribuir ese sistema de becas al gobierno de Pedro Sánchez porque o me falla mucho la memoria o ya había becas para todos en los años 90 del siglo pasado, cuando yo me licencié.
Más aún, un argumento también falaz en un momento en el que desde todos los sectores económicos e incluso políticos se está incidiendo en la necesidad de invertir en FP, en profesionales no necesariamente universitarios. Una década después de superar una de las peores crisis económicas de los últimos tiempos en la que sobrevivieron mejor los profesionales que los licenciados con cualificaciones genéricas.
Claro que es importante la universidad. Claro que yo, por ejemplo, intentaré hasta el hartazgo que mi hijo estudie una licenciatura, porque estoy convencido de que la formación universitaria aporta al alumno no solo conocimientos, también experiencias importantes, capacidad de crítica y contactos muy provechosos en su vida futura.
Dicen quienes han asistido a las tres aperturas de curso que se han realizado en la Comunitat Valenciana que la ministra ha participado en todas. Y explican que en las tres habló de su abuela, con la coña aparejada de que "la abuela de la ministra se va a convertir en la "niña de Rajoy".
Sea como fuere, yo, cuando los políticos me hablan de sus abuelos me echo a temblar. Sobre todo los de izquierdas, que utilizan la metáfora para hablar del "franquismo" frente a los derechos logrados en los 46 años de Democracia. Unos derechos que se atribuyen en exclusiva negando a la derecha cualquier mérito. Y es que estamos acostumbrándonos peligrosamente a que la demagogia maniquea sustituya al análisis y la reflexión. Algo que en una universidad como escenario es doblemente preocupante.