Durante las tres últimas semanas he intentado, desde estas líneas, apelar a la racionalidad y a la profesionalidad, argumentando que no era el momento de buscar responsables a la tragedia de la DANA del 29 de octubre en Valencia. Era momento de buscar unidad y el consenso en que lo más importante eran las víctimas y sus familias, los afectados de todo tipo que ha dejado a su paso la fatídica riada.

Hay que reconstruir Valencia, pero también hay que reconstruir el escenario social, político y mediático lleno de lodo como las calles de los municipios asolados por la avenida de agua. 

Ese momento ha pasado si nos remitimos a la batalla política y mediática que ha sucedido a la tragedia. Una batalla partidista, de tacticismo, de cálculo político, del conmigo o contra mí y de la palabra que cada vez más odio en mi profesión, la de periodista, el "relato".

Relatos hay muchos, pero verdad solo hay una. Aunque se interpreten de un modo o de otro, desde una perspectiva o de la contraria, los hechos son los hechos. Y es que esto del "relato" no es de ahora. Dejo así, por un momento, al periodista para intentar poner un poco de contexto sobre esta palabra desde la Ciencia Política.

Tenemos que remontarnos a finales de los 70 del siglo pasado -han pasado más de 45 años- para encontrar en la obra de Jean-François Lyotard, La condición posmoderna, una de sus primeras referencias. Este marxista reconvertido hablaba de la "crisis de los relatos" de legitimación, fábulas -que no hechos- que habían permitido justificar en el pasado los regímenes políticos, económicos y sociales de Occidente.

En concreto, venía a refutar el "gran relato" de la "emancipación" que supuso la Ilustración. Emancipación del conocimiento frente a supersticiones y religiones, emancipación de la burguesía frente a los poderes del Antiguo Régimen, etc... Pilares fundamentales que hasta entonces habían adoptado todas las democracias occidentales como legitimadores de los sistemas políticos de la preguerra y la posguerra.

Las Luces y la racionalidad, la ciencia y su desarrollo tecnológico, la filosofía liberal que desembocó en democracia representativa, el capitalismo... Conquistas que incluso daban por buenas décadas antes los neomarxistas de la escuela de Fráncfort como Max HorkheimerTheodor W. Adorno en la Dialéctica de la Ilustración.   

Para Lyotard esa "gran narrativa" era igual de válida que los "pequeños relatos" del resto de culturas, y su crisis (lo que él entendía como "condición posmoderna") marcaba un nuevo escenario político, económico y social en todo el orbe mundial.

En cualquier caso, "no se puede, pues, considerar la existencia ni el valor de lo narrativo a partir de lo científico, ni tampoco a la inversa (...) verdadera. El científico se interroga sobre la validez de los enunciados narrativos y constata que éstos nunca están sometidos a la argumentación y a la prueba. Los clasifica en otra mentalidad: salvaje, primitiva, subdesarrollada, atrasada, alienada, formada por opiniones, costumbres, autoridad, prejuicios, ignorancias, ideologías. Los relatos son fábulas, mitos, leyendas, buenas para las mujeres y los niños. En el mejor de los casos, se intentará hacer que la luz penetre en ese oscurantismo, civilizar, educar, desarrollar", señala Lyotard.

Se podrá estar de acuerdo con el filósofo francés o no. Yo, por ejemplo, sigo creyendo que la historia filosófica, científica, política y económica de Occidente es muy superior a otras alternativas que nos ofrece el mundo globalizado. Pero esa es mi opinión. En cualquier caso nadie puede dudar de la lucidez que aportó Lyotard, y en general la escuela del Posmodernismo (Foucault, Derrida, Deleuze, Baudrillard o incluso Zygmunt Bauman) a muchos de los problemas que se planteaban a finales del siglo pasado y principios de este.

Y volviendo al tema que nos ocupa, parece 45 años después seguimos estando en quién gana la batalla del "relato". Nadie habla de la objetividad. No hemos aprendido nada. Parecemos, y en especial los políticos y periodistas, empeñados en imponer "narrativas" sobre los hechos.

Hechos probados, como que muchos de los más de 220 muertos por la riada podrían haberse salvado si se hubieran hecho en su momento las obras hidráulicas necesarias en vez de seguir la ideología de "mínima intervención".

Que otros se hubiesen salvado si la información proporcionada por las entidades competentes, AEMET y Confederación Hidrográfica del Júcar hubiese sido fluida y precisa para que los responsables políticos (de ambos partidos, porque ambos estaban allí) que debían dar la voz de alarma desde el CECOPI la hubiesen dado a tiempo.

Que la respuesta dada por el Estado (el Gobierno de España, que es quien tenía los recursos a su alcance sin tener que "pedírselos") habría sido más eficaz si hubiese sido más rápida y coordinada.

Hechos sobre narrativas, que no estamos para que nos cuenten cuentos aderezados de ideología. Hechos que se terminarán probando en los juzgados, y si no, lo veremos en un tiempo.