Termino de leer Después de 1177 a.C. La supervivencia de las civilizaciones, de Eric H. Cline (Crítica, 2025) justo cuando el mundo parece querer reconfigurarse, cuando el presidente de la EE.UU., Donald Trump, humilla en el despacho oval de la Casa Blanca al presidente ucraniano, Volodímir O. Zelenski. ​ Cuando se desata una guerra arancelaria y los antiguos aliados miran de reojo, sin creerse muy bien lo que está sucediendo.

Lo que narra Cline ante la gran catástrofe que supuso el colapso de la Edad de Bronce nada tiene que ver con el mundo actual pero da algunas claves interesantes ante lo que está sucediendo y lo que va a suceder.

El autor asegura que este libro se imponía como una obligación tras el éxito editorial mundial de 1177 a.C, su obra anterior. Sobre todo porque entre medias se ha producido una pandemia global por Covid-19; la crisis de suministros global que mantuvo la economía internacional en vilo desde 2021 a 2023, la crisis energética, la guerra de Ucrania y la invasión israelí de Gaza tras los actos terroristas de Hamas.

Lo interesante de un texto tan erudito en la Antiguedad no son los detalles, sino el fondo. Nadie sabe con certeza cuál o cuáles fueron las causas del colapso de las civilizaciones de la Edad de Bronce: sequías, cambio climático y hambrunas; invasiones demográficas y militares; innovaciones como la tecnología del hierro... Lo que sí se está empezando a vislumbrar gracias a los estudios arqueológico es que un sistema de comercio entre grandes civilizaciones y culturas en todo el Mediterráneo se derrumbó.

A partir de ahí, el autor investiga qué civilizaciones superaron a crisis con resilencia y cuáles terminaron siendo engullidas por la historia. Quiénes se adaptaron y aguantaron, quiénes se obligaron a reinventarse y quienes sucumbieron y desaparecieron. Y sobre todo, qué estrategias trazaron unos y otros y qué éxito tuvieron finalmente esas tácticas para sobrevivir.

No nos engañemos. Las relaciones internacionales ahora y las de los imperios del pasado nunca han estado basadas en los derechos humanos o la democracia. Por muchos loables intentos de crear una sociedad internacional más justa que hayamos hecho, lo cierto es que históricamente solo ha contado la fuerza. Hoy asistimos a los órdagos de las grandes potencias con una ONU callada, presa de los vetos autoimpuestos tras la Segunda Guerra Mundial.

No me corresponde a mí juzgar lo que está sucediendo, pero cualquiera con un mínimo de información -en un mundo cada vez más desinformado por el partidismo de unos y otros- puede darse cuenta de que algo está cambiando. De cómo resuelvan los gobiernos europeos una respuesta unitaria a la actual crisis internacional dependerá nuestro futuro como civilización. Qué sacrificios estén o no dispuestos a hacer los ciudadanos europeos serán determinnates en el futuro. Al menos tenemos la suerte de poder buscar en nuestro pasado respuestas inteligentes al reto al que nos enfrentamos.