Érase una vez, una provincia que soñaba con albergar el primer parque temático de la factoría Disney en Europa. Un anhelo que se topó con el rechazo de ecologistas y de un parte de la sociedad que no compartía los valores de una multinacional cuya varita mágica se acabó decantando por París. Esta es la historia real sobre el hechizo roto que dejó a los humedales de Alicante donde el gigante audiovisual había puesto sus ojos para construir el parque, sin figuras como la del pato Donald, pero con la pervivencia de los patos que habitaban y habitan en estos ecosistemas.
Disneyland París está inmerso estos días en una campaña para rememorar que hace 30 años abrió al público su parque de Francia. Fue en 1992 en Marne-la-Vallée, a 32 kilómetros de la capital. Su construcción supuso una inyección de 2.000 millones dólares de la época, la mayor inversión extranjera jamás vista hasta entonces, y una oportunidad perdida para Alicante, donde la firma estadounidense había barajado el Marjal de Pego, entre Denia y Gandía, la zona húmeda que hay entre Santa Pola y Elche (también se habló del Clot de Galvany y el Hondo) y La Mata en Torrevieja, así como Oropesa en Castellón y el suelo que hay entre Ametlla de Mar y Vandellós (Tarragona).
Nos situamos a mediados de 1985, cuando saltó la noticia de que Walt Disney Company buscaba asentar en Europa un modelo de negocio que había echado a andar en California, con su primer parque de 1955, seguido de Disney World en Florida (1971) y Tokio Disneyland en 1983. En un primer momento, pensaron en Inglaterra o Italia, pero pronto acabaron apostando por Francia o España.
"Acompañamos a los directivos de Disney en una visita guiada por toda la Comunidad Valenciana", explica el que era entonces presidente de la Generalitat, Joan Lerma, tras recordar que la compañía había tocado antes la puerta del Gobierno central para acordar una serie de "desgravaciones fiscales y ayudas" en caso de instalarse en España.
Subidos a un helicóptero, sobrevolaron todos los puntos de interés, deteniéndose, recuerda Lerma, sobre todo en Santa Pola y Pego. La primera tenía como punto fuerte la proximidad con el aeropuerto de El Altet; la segunda, su parecido con el terreno donde habían levantado anteriores parques.
Reacciones
Pronto, como se puede leer en las hemerotecas, el culebrón Disney despertó un gran interés mediático que contagió a todas las esferas, convirtiéndose en motivo de opinión entre columnistas de izquierdas que rechazaban su implementación en tierras españolas por el peligro de "abrir las puertas a la globalización".
Desde el ámbito local, sin embargo, los políticos reaccionaron en líneas generales en la dirección opuesta. Las astronómicas cifras que se manejaban, y la presumible repercusión, sobre todo en términos de creación de empleo (6.000 directos y 150.000 indirectos), eran argumentos que pesaban más que los de preservación del medioambiente.
Los que tampoco mordieron la manzana de Blancanieves fueron los ecologistas. Desde Margalló-Ecologistes en Acció de Elche recuerdan la campaña que iniciaron para concienciar a la sociedad del peligro que corría, "hasta desaparecer", el humedal de Santa Pola en caso de instalarse allí la multinacional. De hecho, abogaban por destinar el hipotético dinero de las exenciones fiscales que tendría la empresa a "ayudar periódicamente al agricultor" para "poder mejorar sus cultivos" y, así, "no tener que abandonar el campo".
"Si de verdad se hubieran querido poner un Disneyland aquí lo hubieran tenido muy complicado por el alto valor mediambiental que tienen esas ubicaciones", reconoce Lerma. "Recuerdo que entonces ya habíamos avanzado mucho en temas de protección de los parques naturales", añade. Aunque la zona húmeda del Marjal no fue declarado parque natural por el Gobierno valenciano hasta finales de 1994.
"Nos utilizaron para llegar a Francia"
"Tras enseñarles los diferentes terrenos de la Comunidad Valenciana, no llegamos a entrar a discutir las posibilidades reales de que invirtieran aquí porque, al menos mi impresión, desde el principio se habían decantado por París", sostiene el expresidente del Gobierno valenciano. "Los norteamericanos tenían cierta fijación por Francia desde siempre y pienso que nos utilizaron a nosotros para elevar las expectativas hacia Francia y conseguir mejorar la oferta".
A juicio de este político del PSOE, la compañía se decantaba por París debido a la alta densidad de población que tenía en comparación con España, "más centrada en Europa" y con países como Alemania "muy próximos". El país galo también tenía mejores comunicaciones que España, que por entonces acababa de ingresar en la Unión Europea y, por si fuera poco, tenía que hacer frente a la amenaza constante de ETA.
En unos años, los de los 80, en los que la banda terrorista intensificó sus atentados, incluidos contra el turismo nacional, Joan Lerma cree, sin embargo, que el factor de inseguridad no jugó en contra de la Comunidad Valenciana. "No creo que pesara, la sociedad estaba entonces muy unida y sabíamos que era cuestión de tiempo acabar con esa lacra", apunta.
"No salían los números"
Durante la conversación, sale a relucir la cuestionada rentabilidad del parque temático. "Cuando vinieron los directivos de Disney, hicimos muchos estudios económicos de los parque temáticos que había en la época, recuerdo uno inglés, y llegamos a la conclusión de que el umbral de rentabilidad de este negocio pasaba por una asistencia muy elevada", explica Lerma.
Y todo, partiendo de una inversión inicial altísima. Es decir, que necesitaban mucha clientela y Francia parecía dársela. Una encuesta encargada por Sofres indicaba que el 78% de los franceses afirmaba que, cuando estuviera construido, pensaba visitar el parque y desembolsar entre 100 y 300 euros al día.
Sin embargo, Disneyland París entró en números rojos con el cambio de siglo (2.400 millones de deuda en 2004). Su plan de negocio empezaba a quedar obsoleto y la gran recesión de 2008 y la crisis por la pandemia de 2020 no han ayudado a remontar el vuelo. España se quedó sin Disney pero, en los 90 afloraron Port Aventura (Tarragona), Warner (Madrid), Terra Mítica (Benidorm) e Isla Mágica (Sevilla), y solo el primero ha podido cuadrar sus cuentas.
"Posiblemente, los directivos estén arrepentidos de la decisión que tomaron porque en París hace mucho frío y la rentabilidad está siendo mucho menor de la que esperaban", concluye el expresidente. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera instalado el parque en el Mediterráneo? ¿Hubiera ayudado al turismo alicantino o, finalmente, no hubiera podido vivir del cuento?