La pequeña isla de Tabarca (Alicante) esconde, en su deshabitado extremo oriental, un sencillo cementerio que ha sido testigo de los avatares de su dilatada historia. Con motivo del Día de Todos los Santos, visitamos un camposanto convertido en recinto improvisado para los enterramientos hasta su gran reforma de 1912, a la que hay que sumar la anunciada este verano por el Ayuntamiento de Alicante, con la que se triplicará el espacio, para mayor alivio de sus 60 vecinos y vecinas.
"Los mismos tabarquinos hicieron su cementerio en el cabo Falcó, como señalando a la patria ítala perdida", avanza Armando Parodi en su blog 'La foguera de Tabarca'. Este investigador recuerda así el origen del nombre de la considerada como la isla habitada más pequeña del Mediterráneo, acuñada así en el siglo XVIII en alusión directa a la otra Tabarca, una isla del mismo nombre situada a 300 metros de la costa de Túnez y perteneciente a la República de Génova. Sus habitantes fueron esclavizados por los tunecinos durante tres décadas hasta que fueron liberados por Carlos III, rey que ordenó su traslado a la Tabarca alicantina, donde poblaron sus escasas 30 hectáreas.
De ahí que entre las lápidas haya apellidos como Capriata, Russo, Chacopino, Luchoro... o el del propio Parodi, todos ellos de origen italiano. Y es que Armando Parodi no esconde sus raíces isleñas, lo que le ha llevado a indagar en su historia. Él es, junto al cronista Enrique Cerdán Tato -fallecido en 2013-, dos de los mayores divulgadores sobre Tabarca y su cementerio.
Bien lo sabe Juanjo J. Amores, autor de un artículo escrito hace unos años para la web de la Asociación Cultural Alicante Vivo donde, como explica ahora a este medio, se valió de numerosos artículos de Tato para recordar las visicitudes del "cementerio casi marino" de la isla.
Allí, antes de 1912, el viejo cementerio asentado se encontraba "en un estado lastimoso" donde, con cada defunción, "se hacía imposible abrir nueva zanja, sin encontrar otro ataúd (...) Aquello está hoy convertido en grasa pringosa, trozos de madera, cráneos, fémures, algún destruido esqueleto mal envuelto en retorcidos trapos", recordaban entonces en el diario El luchador.
Los problemas para la salud pública de unos vecinos ya asentados desde hacía siglos en la otra cara de la isla, donde la muralla daba -y sigue dando- la entrada al pueblo, también conocido como el lugar "de los vivos", frente al "de los muertos" que representaba la zona oriental, eran más que evidentes. Así que estos presionaron al gobierno de Alicante de Federico Soto que, finalmente, decidió emprender una reforma reivindicada durante décadas.
Con un presupuesto de dos mil quinientas cuarenta y siete pesetas con ochenta y siete céntimos, más de la mitad, mil quinientas cincuenta, "las abonaría el pedáneo de la recaudación de las ventas de agua de los aljibes; y el resto saldrían directamente de las arcas municipales", escribe Amores en un texto que alude todo momento a Cerdán Tato.
Nueva ampliación
En 1912 se estableció que el cementerio de Tabarca tendría una longitud de cuarenta metros con cuarenta centímetros, y una fachada de veinte con sesenta, más un depósito con cubierta de teja. Así sigue en la actualidad, donde su aspecto da muestras evidentes de estar desvencijado y su ocupación hace tiempo que había llegado al límite, al tener todas las tumbas llenas.
Lugar habitual de paso para los turistas más curiosos, el Ayuntamiento de Alicante ha aprobado la construcción de un recinto nuevo con 20 unidades de nichos y 19 columbarios, para lograr triplicar la capacidad del camposanto, pasando de 18 espacios a 57. Con un prespuesto de 172.732,87 euros, también se van a hacer trabajos de reparación en su interior y en los muros perimetrales existentes, que necesitan de una reforma y rehabilitación.
La cuestión monetaria nos remite a otra anécdota, la de la reforma de hace algo más de un siglo, cuando el maestro albañil encargado de la misma, Tomás Giménez Antón, se encontró con que el Ayuntamiento no le pagaba su parte por los trabajos realizados, por lo que retuvo las llaves y se negó a abrir el nuevo camposanto. Tras un tiempo de negociación, se pudo inaugurar con un entierro, el de Francisco Ruso Martínez, de 89 años, y hermano del último cadáver sepultado en el viejo corralón, el de Cayetana Ruso Martínez.