Entre los refugiados ucranianos desplazados por la guerra, una amplia comunidad de investigadores, científicos y profesores universitarios continúa su trabajo fuera de su país con la esperanza puesta en retornar los conocimientos que están adquiriendo a la reconstrucción cuando acabe el conflicto.
Este es el caso de los profesores universitarios Kateryna Khvostenko y el matrimonio formado por Iuliia y Denys Gorkovchuk, tres de los nueve investigadores contratados durante un año por la Universitat Politècnica de València (UPV), con las ayudas que la Generalitat Valenciana destinó a la acogida de personal investigador y estudiantado universitario ucraniano.
Kateryna Khvostenko, profesora asociada de la Odesa National University of Tecnology, trabaja en los laboratorios del Instituto Universitario de Ingeniería de Alimentos para el Desarrollo de la UPV, en el Grupo de Investigación FoodiHelath, que dirige Ana Andrés.
La investigadora ucraniana recuerda que antes del conflicto tenía "una vida normal", con su marido y su hija, y combinaba las clases que impartía en la universidad con proyectos de investigación internacionales sobre alimentos funcionales. Su vida cambió a las cuatro de la mañana de hace exactamente un año, con las primeras explosiones de las bombas rusas en su ciudad.
"A mi y no a mi hija"
"Los primeros días teníamos mucho miedo, no sabíamos qué iba a pasar y cada noche pensaba: que la bomba rusa me mate a mí y no a mi hija", rememora con lágrimas en los ojos.
A principios de marzo Kateryna y su hija abandonaron Odesa, camino a Rumanía, en una huida que "hicieron millones de mujeres para proteger a los niños de las bombas rusas", señala. Allí continuó su trabajo de docencia con sus estudiantes universitarios de forma telemática, porque las clases no se pararon.
Enseguida llegaron numerosas propuestas de regiones europeas y universidades que ofrecían oportunidades de trabajo a la comunidad científica ucraniana desplazada de su país, entre ellas la de la Universitat Politècnica de València, donde había estado en una estancia con un programa Erasmus para trabajadores universitarios justo antes de la pandemia.
"Conocía la ciudad y su cercanía al mar me recordaba a Odesa", señala, y se decidió por la universidad valenciana, a la que agradece que le facilitaran toda la documentación y le ayudaran en los trámites para buscar piso y escolarizar a su hija. "Llegué como una turista, solo con una maleta", recuerda.
Kateryna ha vuelto varias veces a Ucrania, en viajes muy cortos. Habla de la emoción que siente al cruzar la frontera para reencontrarse con sus familiares y de lo difícil que es vivir la separación con su marido: "Esto está siendo un test para nuestra relación y si eres fuerte entiendes por qué tomas estas decisiones", relata como autoconvenciéndose de que ha sido la acertada.
Pendientes de sus familias
La investigadora vive pendiente de una aplicación que le permite conocer en tiempo real las zonas que están bajo ataques rusos, habla a diario con su marido para asegurarse de que está bien, que está en zona segura y pedirle que "tenga cuidado".
"Me cuenta que se han acostumbrado a vivir con las bombas y las alarmas, y que necesita trabajar y continuar su vida para no volverse loco" y sobre todo para "no dar una victoria" a los rusos en la guerra, también, psicológica.
A sus 36 años, Kateryna no habla de futuro: "Nuestros planes son para el día a día", y su esperanza y lo que le da fuerzas es el convencimiento de que esta experiencia, los conocimientos que está adquiriendo en España, le servirán para retornarlos a su país y ayudar en su reconstrucción cuando acabe la guerra.
"Cada uno debe luchar en esta guerra en su campo, buscar la forma para ayudar a ganarla", defiende.
Al matrimonio formado por Iuliia, de 36 años, y Denys Gorkovchuk, de 32, especialistas en sistema de información geográfica y fotogrametría, respectivamente, el inicio de la guerra les pilló fuera de Ucrania, en Eslovaquia, donde se encontraban con sus dos hijos, que ahora tienen 2 y 5 años.
Denys había realizado un máster en la Unversitat Politècnica de València diez años atrás, y contactó con el profesor Luis Ángel Ruiz, de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Geodésica, Cartografía y Topografía.
La protección de los niños
Ruiz les informó de que había un programa de ayudas a profesores y decidieron venir a España, pensando sobre todo en salvaguardar la vida de sus hijos.
Iuliia compatibiliza además su trabajo en la universidad valenciana con el apoyo a la comunidad científica de Ucrania, preparando propuestas para proyectos conjuntos en el marco de las subvenciones europeas, como Erasmus+ de capacitación en educación superior.
A corto plazo no esperan regresar a su país. El contrato que tienen con la UPV finaliza en octubre y no saben todavía si se prorrogará, pero tienen claro que su intención es permanecer en España por el bienestar y seguridad de sus hijos, que ya se han integrado y están aprendiendo español y valenciano. "Todo lo que hacemos y hemos hecho es por ellos, para que tengan una vida mejor", señala Denys.
Sus familiares fueron los primeros en apoyarles y en pedirles que no regresaran al país. "Pero muchas veces es difícil hablar con ellos, contarles un momento festivo de los niños en el colegio, compartir esta felicidad cuando ellos están viviendo una situación de tanto estrés", cuenta Denys, quien admite: "Intentamos buscar las cosas positivas, relativizar todo, pero hay días que es muy difícil".
El matrimonio espera en un futuro, al igual que Kateryna, retornar su conocimiento al renacer de su país.