Alicante

En el aniversario de la invasión de Ucrania por parte de Rusia ya apenas resulta anecdótico estacionar en cualquier ciudad española junto a un coche con matrícula azul y amarilla o añadir un nuevo padre o madre al grupo de whatsapp para integrar a un alumno llegado de más allá de los Cárpatos, pero cada historia personal, cada relato, sigue siendo único.

Y si la imagen de Rusia que se repite en los televisores estos días es la de un auditorio lujosamente engalanado frente a un solo atril para escuchar un discurso sin contestación, la guerra dibuja realidades en el filo de lo imaginable, como el de Alexandr Safonov, el ruso de origen siberiano que reparte desinteresadamente ayuda y comida a familias ucranianas en València.

La historia de este emigrante no tiene su punto de partida en la guerra, sino en la pandemia, cuando el confinamiento y el bloqueo económico hicieron naufragar su negocio hace dos años y medio.

"En Rusia tenía un negocio, pero cuando empezó la pandemia perdí casi todo. Me planteé empezar de nuevo en Rusia o en cualquier otro lado. Lo que me hizo elegir España fue la salud de mi hija mayor, que tiene asma y necesitaba otro clima. Desde que vivimos en Valencia su asma ha mejorado un 30 % y apenas necesita ya medicación, eso es mucho más importante que el dinero para mí", explica con reflexivas pausas para examinar su español precario.

"En plena pandemia, sin trabajo, con todo cerrado, acudimos a la ONG Amigos de la Calle. Por mi forma de ser no entiendo recibir ayuda sin dar nada a cambio -dice-, así que pregunté qué podía hacer y surgió la posibilidad de repartir para esa asociación. Después, cuando mi situación ha mejorado, he seguido colaborando con la ONG y repartiendo comida a familias de ucranianos refugiados".

Para él "todos somos humanos, personas", y no hace distinciones: "A mí no me importa. Y creo que trabajando con familias ucranianas puedo ser especialmente útil porque les puedo entender y saber mejor qué necesitan".

Preguntado por si ha tenido problemas con alguien por su origen ruso, si ha sentido "rusofobia", explica sin resentimiento alguno que en España tuvo una clienta ucraniana, para la que hacía transporte de flores, y que dejó de llamarle el segundo día de la invasión rusa.

Alexandr trata de ser lo más preciso posible en sus afirmaciones, pero solo después de una larga conversación, en la que explica su situación personal, expone sin tapujos que es contrario a Vladimir Putin y a la guerra.

Antes prefiere insistir en que él no acaba de entender la separación entre Ucrania y Rusia porque considera que realmente forman parte de un mismo pueblo.

"Los rusos no somos culpables de lo que hace Putin, Rusia es muy grande, tiene una gran historia y cultura, grandes personajes del mundo de la ciencia... y me gustaría que se separase lo que hace el gobierno de lo que siente el pueblo", para posteriormente admitir que algunos compatriotas se están viendo afectados por las sanciones económicas impuestas por la UE.

"Realmente la guerra no empezó en 2014 (con la ocupación de Crimea), sino que es la continuación de la 'guerra fría'; todo esto es geopolítica, que es lo mismo que decir que es dinero", reflexiona.

Sabe que hay rusos que viven con miedo en el extranjero, a las represalias si se muestran contrarios a Putin. "En el extranjero hay quienes nos miran y no dicen nada, quienes nos miran mal y quienes nos acusan o nos preguntan que por qué no hacemos nada, pero es que realmente no podemos cambiar nada en nuestro país, es imposible, es muy complicado siquiera acudir a una manifestación", lamenta.

250 familias

La ONG en la que colabora Alexandr atiende alrededor de 250 familias al mes en el área metropolitana de València; de ellas, unas 75 son ucranianas y la mayoría cuenta entre sus miembros con ancianos.

"Últimamente observamos cómo algunas de las familias ucranianas a las que ayudábamos buscan nuevos horizontes, al comprobar que el conflicto continúa. Conocemos a un matrimonio con cuatro hijas que vivía en València hasta hace poco y que acaba de emigrar a Canadá", explica la presidenta de Amigos de la Calle, Carmen Allende.

Esta entidad funciona desde 2007, inicialmente orientada a apoyar a las personas sin techo, aunque desde 2012 atiende también a familias con problemas económicos, una tarea en la que cuenta con el apoyo de la Fundación Ayuda a una Familia y del Banco de Alimentos.