Leí que Woody Allen decía que dos de las palabras más bellas que podemos encontrar juntas son TE QUIERO. Si esas no están, las siguientes son ES BENIGNO o ESTÁS LIMPIO. Qué razón tiene el jodido.
Que no hemos aprendido nada es lo que pienso muchas mañanas mientas el primer café se me embiste entre el sueño y las legañas de recién levantado. El primer café siempre cuesta, el resto van seguidos. Al final tendrá sentido repartirnos lo vivido y conservar las ganas de seguir haciéndolo —aunque la vida, al final, sea una lucha constante por seguir haciéndolo—. Que por una vez la historia cargue contra la memoria y, además, no duela.
Porque a veces debemos de ser conscientes de que no hemos aprendido nada de las historias que nos han pasado. Y por cada culpa compartida —la real y la fingida—, la pared y la espada. Porque los días que se borran son peldaños a la gloria y yo también te quiero.
Con los años he aprendido que la opinión no se da, se pide. Pero a mí me pasa un poco como a Desmond Tutu, que dijo tan ancho que si en tiempos de crisis moral mantienes la neutralidad estás eligiendo el lado del opresor.
Gracias a quién se las tenga que dar porque está moviendo los hilos del infinito por haberme hecho nacer en este país. No escribo esto con la intención de que mi opinión pueda influir en la vuestra. Lo hago porque si yo no escribo nada al respecto, reviento. Llevo demasiado tiempo autocensurándome justamente por no ser periodista, pero todavía más por no ser precisamente experto en política exterior o en conflictos armados. Pero es que todas las imágenes que me llegan de Gaza son tan brutales, tan despiadadas, tan desproporcionadas, que atentan contra algo tan básico como los Derechos Humanos.
Lo mismo me sucedió en 2021 con el estallido de la guerra de Ucrania —que ya no ocupa titulares ni abre las noticias porque ya no es noticia— y, previamente, con la guerra de Siria —todavía activa a pesar de no tener noticias de ella desde hace demasiado tiempo—.
Las guerras pueden ser tan brutales. La modernidad nos ha traído las posibilidades de aniquilar tanto en tan poco que me asusta. Lo que antes suponía miles de espadazos o balas perdidas ahora se sustituye por la caída de una bomba, que demuele el centro de una ciudad; que cae sobre los habitantes; que destroza sus sueños. Y esto nos da la idea de que no hay guerra justa. Opresores contra oprimidos. Vencedores contra vencidos.
Solo son la perpetuación de la crueldad para la exterminación de un pueblo, de unas ideas, de unas formas de vivir… Como dijo María Zambrano tras la guerra Civil Española (1936-1939): "A vosotros, los muertos, os dejarán sin tiempo; a nosotros, los vivos, nos dejarán sin lugar".
Es muy difícil amar. Lo veo complicadísimo. Todavía más en tiempos de guerra. Hasta Gabo García Márquez habló de ello en un manuscrito entero —claro que ante una guerra invisible, que llegaba sin previo aviso: el cólera—: "Le rogó a Dios que le concediera al menos un instante para que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar la vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pasado. Pero tuvo que rendirse ante la intransigencia de la muerte".
Porque la guerra no determina quién tiene la razón, tan solo quién resiste más por fuerza y apoyos, por resistencia personal o frente a las infecciones. Combatirse a sí mismo es la guerra más difícil; vencerse a sí mismo es la victoria más bella.
El amor debe de florecer en los tiempos de guerra —biológica, humanitaria o personal—. Pensad en el once de septiembre de 2001. Ninguna de las llamadas de aquel avión —una vez que los pasajeros sabían que iban a estrellarse contra las Torres Gemelas— fue de odio o rencor. Todas hablaban de amor. O cuando entramos a un hospital y nos paseamos por el ala de oncología. Nadie habla de herencias o de lo mal que le cae su cuñado. Nadie. Solo vemos manos que se aprietan, labios que se rozan y cabezas que encuentran clavículas para apoyarse en un momento difícil. Te quieros perdidos entre las guerras personales.
"Una vez que empiezas no puedes parar. El complicado es el primero", me dijo un amigo a propósito de decir "Te quiero". Dos palabras, ‘solo un par de palabras’, que diría la canción del mítico grupo Hombres G. Te quiero. Tan intensas, tan bonitas cuando se pronuncian… y que en muchas ocasiones se quedan en el aire, en el pensamiento, y no se llegan a decir todo lo que deberíamos, no solo a nuestra pareja, sino también a nuestros amigos o familiares. Yo me doy cuenta de que es una palabra prohibida para muchos y, una vez la perdemos, es difícil de recuperar.
A veces me pregunto si lo mío con el "Te quiero" es un capítulo cerrado por mis miedos propios —al rechazo, al abandono, a no recibir respuesta…— o si releeré los versos para nunca olvidarlo. Algo inevitable. Ahora las calles me preguntan que dónde me he dejado los sentimientos. Como una inicial perdida por la norma a no decir. Como si la boca se fuera olvidando como son esas palabras en mis labios. Y mirad que la tengo en la punta de la lengua amenazándome con saltar. ¿Hay amor?
He aprendido —con los años, porque solamente ellos saben lo que me han hecho aprender— que los amores que nacen en momentos difíciles siempre son los que perduran. No hablo de esas personas que se piensan que somos su pañuelo de lágrimas, sino de ese cariño que nace cuando todo está en contra. "El amor era el amor, en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuando más cerca de la muerte" afirmó García Márquez.
Y es una frase que yo pienso mucho. Porque todos tenemos debilidades y, casi todas, están relacionadas con este sentimiento que quizá tratamos de ocultar a toda costa porque si algo hace es volvernos buenos. Y de bueno a tonto tan solo hay un paso. No importa si es correspondido, fugaz o eterno. El mero acto de amar nos transforma. Quizá por eso se nos da mejor formar distopías que dar voz a utopías. Quizá por eso cuesta tanto decir "Te quiero".
No debemos olvidar que todos venimos del mismo lugar: de un año de mierda. Y seguramente gran parte hemos vivido lo mismo: acostarnos con desconocidos para olvidar algunas preguntas que no somos capaces de contestar. Olvidando decir "Te quiero". Sin saber que es importante para que los demás sepan qué sentimos. Dos palabras. Una respiración. Y yo también, te quiero.