El pequeño pueblo alicantino de Busot, de 3.500 habitantes, está de luto por la pérdida de un ser querido; su cura, vecino y amigo, Hebert Ramos. El religioso se marcha a la parroquia de San Gabriel por orden del Obispado tras tres años en el municipio sin que hayan dado razón alguna.
Los busoteros parecen tener una maldición, ya que ningún sacerdote aguanta lo suficiente para echar raíces entre sus gentes. Ya van ocho en 18 años. La media de tiempo apenas supera los dos años.
El adiós del cura colombiano ha sido la gota que ha colmado el vaso. Y la desilusión más grande por ser "el primero que decidió vivir con su comunidad y compartir sus alegrías y sus penas, sus historias, sus problemas, sus fiestas, sus manías y costumbres", recordaba en un mensaje publicado en Facebook el alcalde, Alejandro Morant, quien ha representado el malestar de la población.
El religioso asegura que le duele tener que irse "de un pueblo que es muy pequeño, pero muy acogedor, muy familiar. Me han adoptado y han hecho que me sienta a gusto". Esa familiaridad de Busot es lo que ha hecho que muchos lo consideren como un vecino más e incluso un amigo.
En su publicación, el alcalde pone en valor el esfuerzo que ha hecho Hebert en el territorio. "Ha trabajado como ninguno por recuperar la ilusión y la fe en Cristo y en la Iglesia, se ha dejado la piel y se ha entregado a su misión pastoral y evangelizadora", indicaba Morant, quien también añadía que "ha luchado por recuperar el patrimonio histórico, por mantener tradiciones y crear un sentimiento de orgullo y cariño de pertenencia a esta comunidad".
Tanto ha molestado el cambio de Hebert, que será sustituido por otro cura a punto de jubilarse de El Campello que afronta una plaza sencilla para finalizar su misión evangelizadora, que se han anunciado movilizaciones para intentar deshacer el traslado.
"Se lo llevan de Busot sin explicación alguna, ni al pueblo, ni por supuesto a mí que tengo el orgullo de representarlo y precisamente en su nombre y tras hablar con cientos de vecinos y feligreses, digo y anuncio que no nos vamos a quedar de brazos cruzados", aseguraba Morant en Facebook tras conocer la triste noticia.
"Hebert se ha ganado nuestro cariño y respeto y el pueblo de Busot va a defender su derecho a que se quede. En breve os convocaremos a una concentración en la plaza del Ayuntamiento y más medidas de movilización; nos iremos hasta el Obispado a protestar por esta decisión irrespetuosa con nuestro pueblo y dolorosa para sus vecinos", sostenía el alcalde en sus mensajes, aunque de momento no se han concretado acciones.
Los comentarios que se pueden leer en la publicación muestran el afecto de la localidad con el religioso: "Hebert, una gran persona un buen cura y un buen amigo", "un busotero más. Seguro que os harán caso. Gente así hace pueblo", "padre Hebert, gran ser humano. Con todas las virtudes de un verdadero pastor. Acogedor, colaborador, siempre al servicio y entrega de su comunidad. De esas personas que dejan huellas imborrables".
"Es como un puzle"
El protagonista de la historia cuenta que "estas prácticas ocurren en la Iglesia, pero crean malestar, es algo muy normal en los pueblos donde tienen la oportunidad de conocernos", indica Hebert. Así, considera que "es un riesgo que se corre siempre debido a otras circunstancias. La principal es que somos menos curas, la Mesa de Gobierno de la diócesis tiene otras realidades, siempre hay que mover a alguien, es como un puzle, mueves una pieza para poner otra", añade.
El colombiano está a merced de la voluntad de sus superiores desde el día de la ordenación sacerdotal, cuando el cura pone las manos dentro de las manos del obispo y le promete obediencia a él y a sus sucesores. De ese momento ofrecen su vida a Dios, "y como no puedo hablar con él por teléfono, asumo que su voluntad se expresa a través del obispo, a pesar de que me pueda molestar, porque está por encima de mi propio bienestar", manifiesta el sacerdote.
Oponerse supondría "un problema de conciencia, pues cuando tenga que acompañar a alguien que sufre y le diga que sucede por la voluntad de Dios mientras no la cumplo, no tendría credibilidad", apunta.
Sin embargo, aunque reconoce que le "duele" abandonar Busot, Hebert prefiere recordar los buenos momentos. Y recuerda una frase que le dijo una mujer que le ayudó mucho a pasar el mal trago: "No te pregunto por qué me lo quitas, te agradezco por habérmelo dado".
Capellán del Hospital Psiquiátrico
¿Cómo llega un profesor de instituto de Filosofía en Colombia a ser cura de un pequeño pueblo de Alicante? La historia del religioso es de lo más peculiar. Con 28 años decidió dejar atrás su hogar y su familia para atender a la llamada de Dios a través de una oportunidad que le ofreció un amigo. Una vez cruzado el charco, convalidó sus estudios y fue aceptado por la Diócesis de Orihuela-Alicante.
Otro aspecto curioso de su profesión es que desde hace una década combina las misas en parroquias con las del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Fontcalent, en Alicante. "He vivido las dos realidades, los presos son hijos de dios con una situación muy especial, necesitan sentirse personas, porque son seres humanos con dignidad, es un desafío que la gente de la parroquia no tiene", señala.
Sus misas son todos los sábados y en ellas se reúnen alrededor de 60 reos, más que en las de Busot. Por su labor, recibió la Medalla de Bronce al Mérito Social Penitenciario. Hebert aclara que tiene que adaptar el mensaje dependiendo del público al que se va a dirigir, un "ojo clínico" que ha conseguido a base de años de experiencia. "Allí tengo que hablar de la soledad, de la tristeza, de situaciones que valga la pena y que les ayuden", sentencia.