Alicante

No fue en la Prefectura de Akita, al norte de Japón, ocurrió en Aspe, pero la historia del 'Hachiko de Alicante' comparte similitudes con el famoso can, siendo un perro que dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de los habitantes. Conocido cariñosamente como Tarzán, este can callejero se convirtió en una leyenda local por una peculiar costumbre: asistir a todos los entierros y bodas del pueblo. 

La historia de Tarzán comenzó en el río en los años 1970, un lugar donde se sacrificaban camadas no deseadas de perros. El animal, único sobreviviente de entre sus hermanos, fue rescatado por un grupo de niños que jugaban cerca. "Lo trajeron a la Plaza Mayor, donde fue adoptado colectivamente por la comunidad", narra uno de los protagonistas del documental del Taller de Cortos Taller de Cortos de la Villa de Aspe que recuerda su vida.

Después de salvarlo, los críos intentaron que sus padres aceptaran al perro, pero ninguno consiguió convencer a los familiares, por lo que se le dejó en la Plaza Mayor, justo delante de la iglesia, donde era alimentado por los chavales y vecinos que se acercaban a darles restos, sobras y leche.

Pero ese perro pachón de caza callejero aún no tenía nombre, por lo que un día, tras discusiones y debates en la plaza, se le acabaría denominando Tarzán, como el protagonista de la última película Tarzán en Nueva York que habían visto recientemente en el cine de Aspe.

Tanto era el afecto del pueblo con el perro sobreviviente que todos los niños y niñas del colegio salieron corriendo hacia la perrera cuando se enteraron de que había sido atrapado por el lacero por no tener vacuna alguna. 

Una manifestación en la puerta del ayuntamiento evitó que segarán la vida del cachorro, y una colecta vecinal reunió las pesetas suficientes para poder vacunarlo y evitar que se lo llevaran de nuevo.

El cariño local hizo que lo acogieran como uno más, dándole una licencia especial para entrar a las misas, pasearse por el altar mayor y dormir en las bancadas sin molestar. Pero era a la hora de los entierros cuando se adelantaba y se ponía en primera fila, "muy cerca de los familiares y cerca del difunto", asegura en la producción un vecino.

No importaba quién fuera, Tarzán siempre estaba allí, acompañando al cortejo fúnebre hasta el cementerio. Su comportamiento llegó a tal punto de familiaridad que los aspenses no podían imaginar una despedida sin su presencia.

Tarzán en una imagen del documental.

Así, también era un invitado de gala en las bodas. Su presencia en estos eventos no solo era tolerada, sino celebrada. Y acompañaba al cortejo andando mientras cazaba los dulces, trozos de tarta y magdalenas que se repartían en la puerta de la iglesia.

También ejercía de protector. Aunque nunca mordió a ninguna persona, los vecinos aseguran que si veía que a las niñas de la plaza que jugaban a la comba se le acercaban niños a molestar, se ponía a ladrar hasta que se alejaban del lugar.

Misteriosa desaparición

Tal fue su integración en la vida de Aspe que, durante una visita del célebre tenor Alfredo Kraus, el artista quedó maravillado al conocer al peculiar can cuando lo vio mientras jugaba al dominó. Treinta años más tarde, Kraus recordó con afecto al perro durante otra actuación en el pueblo, preguntando por su viejo amigo peludo.

A pesar de su fama y cariño, el final de Tarzán sigue siendo un misterio. Unos dicen que en su último entierro, al llegar al cementerio, decidió seguir caminando y nunca se detuvo. Otros creen que simplemente desapareció sin dejar rastro. Lo único cierto es que nadie sabe exactamente qué pasó con él.

En su honor, fue el propio Kraus quien propuso el levantamiento de una estatua de Tarzán que hoy recuerda a las puertas del auditorio la historia desconocida de un animal que se convirtió en una leyenda local y que se ha mantenido viva gracias a los recuerdos que pasan de generación en generación por aquellos que lo conocieron.