"Mi madre falleció por suicidio en agosto del año 2000", cuenta Javier Muñoz, presidente de la Asociación para la prevención y apoyo afectados y afectadas por suicidio (APSU) de Alicante. De ese duro golpe aprendió varias cosas, como que el silencio en su familia, entre sus hermanos y su padre, iba a ser el rey en los años siguientes. "No se habló de este tema, como si no hubiera sucedido", añade.
También se dio cuenta de que "en esta sociedad no sabemos tratar la muerte" y mucho menos el suicidio, "un tabú" que no existe, por ejemplo, cuando fallece alguien por accidente. "El mismo día de la muerte de mi madre, un primo me soltó que cómo se nos había ocurrido dejar sola a nuestra madre", como si hubiera sido su culpa.
Y ese fue otra gran aprendizaje, que la culpabilidad entre familiares afectados por el suicidio de un ser querido "aparece solo" en un entorno "que lejos de ayudar, acaba perjudicando" y ante unos datos alarmantes, con 11 suicidios a diario, y en aumento.
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Con estos mimbres, Javier Muñoz y Vanesa Gómez crearon en 2018 una asociación que, desde el principio, está sirviendo de espacio terapéutico en Alicante ciudad para las mujeres que se saben sobrepasadas por el pesado duelo por suicidio.
Decimos mujeres porque, como reconoce el presidente Muñoz en la entrevista, "los hombres acuden muy poco a este tipo de grupos" en los que es necesario abrir sus sentimientos al resto. "Entiendo que es por el tipo de educación que hemos recibido de ser fuertes y superar todo nosotros solos", reflexiona.
Sea como fuere, la realidad es que, dos veces al mes, grupos de entre 8 y 12 mujeres de un total de 30 personas se reúnen en la sede de Cruz Roja para poner en común su duelo y sacar al exterior "el complejo dolor" que es asistir a la muerte voluntaria de un familiar.
"Vanesa [la secretaria de la asociación] y yo coordinamos las charlas, empezamos la reunión siempre dando la opción a alguien para que se anime a participar sobre un tema y al final tenemos que organizarlo bien porque la gente habla de manera muy fluida durante la sesión", reconoce.
De la estupefacción a la culpa
Cuenta Muñoz que en ese espacio compartido, no sobresale de primeras la culpa, sino que lo hace en primer lugar "la estupefacción, preguntarse por qué mi familiar ha hecho esto". Una pregunta que guarda relación con el mito de que detrás de un suicidio hay una adicción o enfermedad mental, "pero no siempre es así".
Otro mito actual apunta a que la pandemia ha disparado los suicidios e intentos en la población, sobre todo la más joven. Javier Muñoz sí que reconoce que en las sesiones participa una madre cuya hija tenía 24 años o una familiar cuya hermana no llegaba a la 30, "pero te diría que no hemos notado especialmente que haya un incremento, los datos son provisionales y no sabemos si se corresponden con la realidad porque todo es muy reciente", responde.
Para acabar, aclara que "los grupos son de apoyo, pero no somos psicólogos, por lo que siempre derivamos a profesionales en caso de que sea necesario", aunque lo más habitual es que las participantes acudan a ambos recursos a la vez. "Si tuviera que dejarme el psicólogo o las sesiones, me dejaría el psicólogo", asegura Javier que le han confesado varias mujeres, prueba de que exteriorizar el duelo por suicidio ayuda a normalizar su dolor.