Ha pasado más de una semana de la DANA que arrasó Valencia. El pasado 29 de octubre se vivieron momentos de auténtica agonía, con una tromba de agua que se llevó por delante no solo los coches de las imágenes, sino vidas y sueños de cientos de personas.
220 fallecidos es la cifra de los cuerpos que se han encontrado. El agua, el barro, y el desastre cubrían varios pueblos de la comunidad. Un paisaje que muchos han descrito como apocalíptico.
Ante la tragedia, sale a la luz lo peor y lo mejor del ser humano; y en Paiporta, en Manisse, en Chive, en Sedaví y en todos los pueblos afectados se han vivido auténticos momentos de esperanza y humanidad. La frase que acompaña la catástrofe: “El pueblo salva al pueblo” y los que la han hecho, y siguen haciéndola realidad en gran parte, son los jóvenes.
Aarón Palacio, un novillero de Zaragoza de 19 años, es uno de esos jóvenes que no dudó en ir a ayudar y viajó hasta Sedaví, uno de los pueblos más afectados. Junto a dos amigos, Ángel y Bruno, emprendieron el trayecto por la tarde-noche del viernes pasado, con la incertidumbre en el pecho y la firme voluntad de aportar lo que pudieran. “Decidimos salir el viernes por la noche porque nos dijeron que iban a cerrar las carreteras, y así ya estábamos ahí cuando comenzaran las labores de ayuda", cuenta Aarón con sencillez.
Tras pasar allí la noche, a las 7 de la mañana pudieron ver con luz la realidad que les rodeaba: "Todo lo que había visto en televisión me parecía poco. Hay gente sin casa, gente que ha perdido familiares, y gente que aún no sabe dónde está su familia. Era como un campo de guerra" recuerda con tristeza.
Sin embargo, del shock enseguida pasaron a la acción: “Nos decían que íbamos a estorbar, que había colapso de voluntarios, y cuando llegamos, nada más lejos de la realidad. Creo que cuantos más seamos, mejor. En la calle, puede que no se necesite mucha ayuda porque ya está todo amontonado, pero si no fuera por los voluntarios, nada habría avanzado dentro de las casas", afirma convencido.
Estuvieron trabajando durante todo el día, apartando escombros para que se pudiera entrar en las casas, y limpiando barro. Yendo de puerta en puerta preguntando si necesitaban algo. Pasaron la noche en la casa de un conocido de Bruno que, sin conocerlos, les abrió las puertas para ofrecerles una ducha caliente y un techo: "Gente desconocida que te ofrece su casa, que te abre las puertas sin preguntar de dónde vienes… Creo que eso te marca", reflexiona.
Al terminar el fin de semana, la pena de irse de Sedaví se convirtió en una promesa personal. “Pretendo volver. Hay mucho trabajo por hacer y creo que ese trabajo seguirá ahí por meses,” comenta Aarón.
Es un trabajo duro emocional y físicamente, pero Aarón y muchos jóvenes como él, han demostrado que no son una generación de cristal, superficial y blandengue; que son capaces de mirar a su alrededor, de empatizar y de arremangarse, calzarse las botas y coger una pala para ayudar donde haga falta.
Cada generación tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, y la luz que podemos ver detrás de la trágica escena de estos pueblos valencianos, es la de una generación joven que lucha hombro con hombro hacia un futuro esperanzador.
Gracias a esa fuerza, los escombros no solo se están despejando de las calles, sino también del alma de un pueblo que renace con cada gesto solidario.