Zaragoza
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Jorge Crespo, jefe del servicio de Seguridad y Protección Civil y enlace de Aragón con Catarroja, volverá a la localidad valenciana “en unos días”. Aragón, la última Comunidad en irse, replegó su dispositivo a principios de diciembre, pero la situación sigue siendo “compleja de gestionar”, según reconocía él mismo minutos antes del homenaje que hizo este martes el Gobierno aragonés a los 1.500 trabajadores que ayudaron a Valencia bajo el paraguas del 112.

Crespo ya asesoró al Ayuntamiento de Catarroja en las semanas posteriores a la tragedia y fue clave a la hora de coordinar todo el operativo aragonés. Desde que volvió a casa ha seguido manteniendo el contacto con la alcaldesa, Lorena Silvent, que en el vídeo enviado para dar las gracias por el homenaje reconocía que seguían necesitando ayuda.

“Sigo pendiente. Ella me va contando y actualizando la información y yo le voy orientando en algunas cuestiones, aunque ya desde la distancia”, explicaba Crespo.

Su idea es hacer una visita dentro de poco. “Esta semana no he podido, pero espero poder ir la siguiente para hacer un seguimiento y acompañamiento completo, sobre todo a nivel municipal, que es donde más he trabajado con ella”, apuntaba.

Tanto él como el resto de voluntarios recibieron la Medalla de Aragón, la máxima distinción de la Comunidad. “Es emotivo ver a toda esta gente con ese sentimiento de satisfacción por haber podido ayudar”, contaba antes del acto.

Quienes estuvieron en Valencia aquellos días jamás olvidarán las durísimas historias que se encontraron sobre el terreno. María Eugenia Trujillo, responsable provincial del equipo ERIE de intervención psicosocial de Cruz Roja, estuvo una semana en Catarroja, Alfafar y Benetúser. “Cada día estábamos en un sitio diferente con el resto de compañeros del equipo. Yo pertenezco al psicosocial y lo que hicimos fue, sobre todo, atender la salud emocional de las personas”, explicaba.

Aunque al formar parte de los equipos de emergencia han estado en muchas situaciones complicadas, reconoce que “cada una tiene su idiosincrasia y sus dificultades”. “La verdad es que era dantesco. Parecía una zona de guerra”, decía.

Para ella, recibir la Medalla de Aragón fue algo totalmente inesperado. “Llevamos muchísimos años trabajando y es la primera vez que se nos concede un reconocimiento así, pero está bien que la ciudadanía conozca la labor de estos equipos. Al final, salimos de nuestras casas y nuestras vidas cotidianas para estar donde haga falta el tiempo que haga falta”, resaltaba.

Los hubo, como Albert Vicente, que llegaron a la Comunidad Valenciana antes incluso de que se coordinase la ayuda institucional. “Bajamos a Valencia el sábado 2 de noviembre. Ya desde el día 1 empezamos a organizar transportes y conseguimos ocho góndolas. Con ellas llevamos 15 tractores. Fue muy rápido, tuvimos suerte de que los transportistas colaboraron”, recuerda.

Allí se encontraron “un desastre total y absoluto”. “Cada vez que lo recuerdas te das cuenta de cómo estaba eso. La gente estaba totalmente desesperada, cada uno iba por donde podía. Era tonto el último. Por aquel entonces no había un mando único. Nadie sabía realmente cuáles eran las prioridades. Nosotros éramos como un taxi: poníamos la luz verde e íbamos donde nos llamaban”, señala este integrante de AEGA.