El palacio de Larrinaga, en sus inicios y en la actualidad.

El palacio de Larrinaga, en sus inicios y en la actualidad. E.E Zaragoza

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El palacio de Zaragoza que fue un hogar abandonado, una escuela para mutilados de guerra y ahora acoge bodas

El Palacio de Larrinaga, también conocido por los zaragozanos como Villa Asunción, es un edificio imponente que ha sido testigo de varias etapas de la historia de la ciudad.

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En el barrio de Las Fuentes de Zaragoza, se alza un monumento de gran belleza y misterio, el Palacio de Larrinaga, también conocido por los zaragozanos como Villa Asunción. Un edificio imponente que, a lo largo de más de un siglo, ha sido testigo de varias etapas de la historia de la ciudad.

Además de su gran belleza, otra de las cosas que llama la atención de este edificio es la historia de su origen, que ha dado lugar a múltiples leyendas y relatos de amor que lo han rodeado de una atmósfera casi mágica.

Una leyenda trágica

A lo largo de los años, se tejieron múltiples historias sobre el palacio, y la leyenda más popular lo describe como un trágico regalo de amor: un esposo que construyó un palacio para su esposa, quien murió prematuramente, dejando el edificio vacío y triste. Esta historia, aunque llena de romanticismo, es solo parcialmente cierta. No obstante, la realidad es mucho menos dramática.

El interior del palacio, en sus inicios.

El interior del palacio, en sus inicios. Juan Mora Insa DGA Zaragoza

Jesús Martínez, doctor en Historia del Arte, explica que la historia de este palacio comienza en 1900, cuando Miguel de larrinaga, hijo de un destacado naviero vasco, encargó la construcción de una gran residencia en Zaragoza al arquitecto Félix Navarro. La razón detrás de este encargo fue su amor por Asunción Clavero, una joven hija de un militar zaragozano.

Ambos soñaron con un lugar donde vivir en Zaragoza y, de ahí, nació el proyecto del Palacio, o mejor dicho, la Villa Asunción, nombre en honor a la mujer.

Un hogar abandonado

Sin embargo, lo que podría haber sido un romántico hogar de una pareja enamorada nunca llegó a materializarse. Aunque el palacio fue terminado en 1905, Asunción y Miguel nunca llegaron a vivir en él. Las circunstancias de la vida, en gran parte influenciadas por la Primera Guerra Mundial, mantuvieron a la familia lejos de Zaragoza, y el palacio, en lugar de ser un hogar, quedó vacío y sin dueño.

Lo cierto es que la pareja acabó residendo en Liverpool y el palacio ubicado en la capital de Aragón acabó regentada por otra familia, quien se encargó de cuidarla durante años.

Otra de las salas, con los muebles que decoraban el hogar de la familia.

Otra de las salas, con los muebles que decoraban el hogar de la familia. Juan Mora Insa DGA Zaragoza

El palacio estuvo decorado con materiales de la más alta calidad. Maderas exóticas, mármoles preciosos y un mobiliario único, fueron algunos de los lujos que esta familia eligió para su futuro hogar. Sin embargo, lo que hoy podemos ver es solo una sombra de ese esplendor original, pues gran parte de la decoración desapareció con el paso de los años.

No solo el paso del tiempo transformó su interior. La realidad es que la estructura del palacete era totalmente distinta a la que hoy en día se conserva. En 1918, ante la insatisfacción de la pareja con el diseño original, el palacio fue sometido a una reforma a cargo del arquitecto madrileño Fernando de Escondrillas.

Esta obra, que alteró significativamente la estructura del edificio, es la que le dio su apariencia actual, con las cuatro torres características que lo hacen tan reconocible. Sin embargo, nunca se cumplieron los sueños de habitar el palacio. La familia Larrinaga, afincada en Inglaterra, nunca regresó a Zaragoza, y el palacio quedó a cargo de otras personas, cercanas a la familia.

La historia del palacio dio un giro inesperado durante la Guerra Civil Española. El edificio, que la familia cedió al Ayuntamiento de Zaragoza, tuvo varios usos durante este período. Fue convertido en una escuela para mutilados de guerra, hospital militar e incluso centro de mando.

Las escaleras, con los mejores materiales, del palacio.

Las escaleras, con los mejores materiales, del palacio. Juan Mora Insa DGA Zaragoza

Durante este tiempo, el palacio perdió parte de su esencia, ya que los jardines desaparecieron y las instalaciones fueron modificadas para adaptarse a las nuevas necesidades de la guerra.

En 1939, al morir Asunción Clavero en Inglaterra, la familia de Larrinaga decidió deshacerse de la propiedad y venderla a la empresa Giesa. Desde ese momento, el palacio dejó de ser un hogar para convertirse en oficinas y, posteriormente, en un colegio de los Hermanos Maristas.

Un edificio que habla de la familia

A pesar de los múltiples cambios de destino que ha tenido el edificio, el Palacio de Larrinaga sigue siendo un referente arquitectónico de la ciudad. Con su imponente fachada, su historia cargada de simbolismo y su vínculo con el mar —un elemento constante en sus decoraciones como—, el palacio ha sido testigo de las transformaciones de Zaragoza.

Se trata de un edificio que habla de la propia familia. Por ejemplo, contiene decoraciones de caballitos de mar, de sirenas y hay un símbolo muy especial que son unos medallones con tres manos: el emblema de la empresa naviera Larrinaga. El escultor de estas detalladas y honoríficas decoraciones fue Carlos Palao.

Hacia el año 2000 se restauró, no obstante ya no conserva en su interior ninguno de los lujosos muebles, así como los selectos materiales que cubrían el suelo. Fue entonces cuando el palacio paso a formar parte de Ibercaja, como un edificio representativo de la entidad bancaria. Según recuerda Martínez, "la idea era instalar como una residencia".

Hasta hace poco, este magestuoso edificio podía ser visitado. Ahora se encuentra cerrado y se utiliza para eventos como bodas y banquetes, un uso completamente distinto al que sus creadores imaginaron.

Aunque si uno atiende a las leyendas de amor, tiene su gracia que finalmente se haya convertido en un lugar donde se celebra precisamente la unión de dos personas.

Aunque en su interior ya no queda rastro de la magnificencia original, el Palacio de Larrinaga sigue siendo un emblema de la ciudad, un lugar con muchas historias por contar, donde lo trágico, lo romántico y lo histórico se entrelazan en cada rincón de su elegante arquitectura.