"Planificar sin actuar es inútil, pero actuar sin planificar es fatal". La cita es del autor norteamericano y experto en la gestión del tiempo Alan Lakein y bien podría aplicarse a la preocupante situación del transporte de mercancías por ferrocarril a la que nos han abocado Renfe y Adif con el pésimo planteamiento de las obras del Corredor Mediterráneo.
Unas obras, vaya por delante, imprescindibles para modernizar las infraestructuras ferroviarias y avanzar en la eficiencia y la descarbonización del transporte, una actividad capital para el desarrollo económico de Aragón, que ha hecho bandera de la logística en el primer cuarto de siglo y que, en estos momentos, prepara un plan estratégico a 15 años y diversas acciones de promoción para posicionarse en los puestos de cabeza del escalafón mundial.
Por eso, observo con preocupación la parálisis que están sufriendo los operadores logísticos aragoneses, que recientemente se dirigieron a mí para pedirme que interceda para evitar el colapso ferroviario al que les está dirigiendo la falta de alternativas solventes tras el inicio de las obras del túnel de Roda de Bará, en Tarragona, el pasado 1 de octubre. Resultado: un desplome del 75% de las expediciones al puerto de Barcelona y el consiguiente acúmulo de mercancías agroalimentarias y perecederas en las terminales de Plaza, la TMZ y la TIM de Monzón.
Ni los operadores logísticos podrán soportar este cuello de botella durante los cinco meses que duren las obras, ni la industria agroalimentaria podrá seguir funcionando con normalidad sin dar salida a su producción. Y el trasvase de sus volúmenes de mercancía del tren al camión no parece ni posible, ni eficiente, ni deseable.
Por consiguiente, como consejero de Fomento del Gobierno de Aragón he instado a Adif y a Renfe a que pongan fin a la improvisación y se coordinen para que el primero amplíe lo más posible la capacidad operativa de la línea en obras y la segunda haga un mayor esfuerzo para poner a rodar los trenes necesarios que requiere la logística aragonesa. Y no pido peras al olmo, puesto que el gestor de administraciones ferroviarias mantiene operativa el 40% de la capacidad de la vía, mientras que Renfe ha recortado sus servicios hasta reducirlos a un exiguo 15%.
No es de recibo que los operadores privados sí hayan encontrado la manera de adaptarse al nuevo escenario y estén operando trenes en cantidad más o menos suficiente y la rigidez de Renfe, la empresa pública que aglutina más del 60% de la cuota del mercado, le impida dar un servicio digno a sus clientes.
Urge que los responsables de las entidades públicas encargadas de garantizar el buen funcionamiento del servicio ferroviario en España se pongan las pilas para que el maremágnum de obras que se avecina (necesarias, insisto) no dañe de manera irreversible al tejido empresarial y logístico aragonés, cuya competitividad futura depende de la modernización de las líneas, pero cuyo presente no puede verse lastrado por la mala planificación de las obras, la falta de alternativas viables en lo que estas duren, el incumplimiento de los plazos o la falta de información precisa a quienes se ven afectados por el desarrollo de las mismas.
En los próximos meses toca acometer las obras de la autopista ferroviaria Algeciras-Madrid-Zaragoza en el tramo aragonés, que se prolongarán nueve meses, hay que adaptar los gálibos en el recorrido Zaragoza-Teruel-Valencia y se anuncian cortes en la línea a Barcelona a la altura de Lérida. De la buena o mala planificación de las obras, del cumplimiento de su ejecución y de las alternativas de transporte dependerá o no el caos ferroviario en Aragón. Y una cosa está clara: Aragón no quiere entrar en vía muerta. No lo permitiremos. Replicando a Alan Lakein, más planificación y menos fatalidad.
Octavio López, consejero de Fomento, Vivienda, Logística y Cohesión Territorial