Un hecho insólito: Un parlamentario interviene en un pleno del Senado, solo recibe aplausos de su grupo mientras el resto del hemiciclo permanece en absoluto silencio. Luego, el presidente llama a la tribuna a otro parlamentario, esta vez del partido de la oposición. Pero este se dirige directamente al escaño de quien acaba de hablar, y sin mediar palabra, ambos se funden en un abrazo.

No les cuento una utopía ni una noticia falsa. Sucedió el pasado 13 de noviembre durante una sesión en el Senado dedicada a analizar los devastadores efectos de la DANA de Valencia. Y ahora, ¿qué les llama la atención? ¿El abrazo entre los dos senadores o el hecho de que el parlamentario valenciano, que relató con crudeza las consecuencias de una de las mayores tragedias naturales de nuestro país, solo recibiera aplausos de los miembros de su propio partido?

La era de la polarización y de la batalla por el relato no admite abrazos y un aplauso al opuesto es visto como un acto de traición y deslealtad. Un momento tan humano debería haber sido viral por su significado pero quedó sepultado bajo el peso del ruido mediático.

En un contexto donde el lenguaje y las acciones están diseñadas para dividir, el abrazo es una invitación a replantearnos nuestra manera de entender la política. Es un recordatorio de que, más allá de las diferencias ideológicas, existe una realidad compartida que nos une: la tragedia, el dolor, la necesidad de trabajar juntos para reconstruir.

Pero, ¡despierten! La realidad es otra. Los gestos empáticos no suman votos; la confrontación, rotundamente sí. Nos rodea un clima de campaña permanente donde la polarización extrema lo contamina todo. La lógica de la guerra política va más allá del uso metafórico del lenguaje y lo envuelve todo. Cuando el adversario es el enemigo, los parlamentos son campos de batalla, los discursos actúan como proyectiles, las leyes se convierten en armas estratégicas, los ciudadanos se transforman en soldados de una causa y las urnas, en trincheras donde se libra la batalla final por el poder.

No exagero. Mientras Valencia cuenta a sus muertos y calcula los importantísimos daños materiales de la riada; en la arena política se mide el impacto de la catástrofe en términos de reputación, de credibilidad, de imagen pública y de intención de voto. No seré yo quien subestime la relevancia de estos factores o reste importancia a los intangibles que acabo de enumerar, pero la estrategia comunicativa debiera estar siempre a merced de la gestión política.

Por eso, si durante una crisis de esta magnitud, los titulares se centran en el rédito político que tu partido pretende conseguir o de cómo la preocupación es controlar el relato, tienes un problema. Para transmitir autenticidad, hay que ser auténtico. Para comunicar liderazgo, hay que asumir responsabilidades y ser capaz de unir esfuerzos superando las divisiones.

Hoy es, más que nunca, el momento del abrazo entre esos dos senadores valencianos capaces de superar las barreras del partidismo. Una declaración de que, a pesar del fango, la política es un asunto de personas. Cuando la adversidad golpea, no hay banderas que valgan más que las vidas humanas.

El Congreso de los Diputados alberga ‘El abrazo’, la emblemática pintura de Juan Genovés que simboliza la reconciliación y la unidad durante la Transición. Desde el 13 de noviembre de 2024, el Senado tiene su propio abrazo.