A pesar de que el cine ha perdido presencia y fuerza entre la población, con números de asistencia mucho menores que en las pasadas décadas, mentalmente, no podemos disociar las fiestas de Navidad del cine.
En una primera reflexión, nos vienen a la cabeza películas ambientadas en estas fechas muy peculiares. Son aquellas que tienen carteles con llamativos colores, con una abundante presencia del rojo y el verde, parejas y familias muy felices, con jerséis excéntricos y con la sempiterna presencia del reno (perfectamente reconocible, pero totalmente ajeno a nuestra cultura): “Nos vemos en la próxima Navidad”, “Un vecino con pocas luces”, “Aquella Navidad”, “Vaya Santa Claus”, “Navidad de golpe” o la muy reciente, “Red One”. Como se puede apreciar, la sutilidad de los títulos ya nos da una idea de sus principales componentes: mucho azúcar y ñoñería sin freno.
Sin embargo, la Navidad nos ha dejado, también, estupendas películas abiertas a la emoción del espectador. Filmes que han reflexionado sobre temas complejos, que un periodo como este, en el que nos juntamos gozosamente o contra nuestra voluntad con la familia, facilita el debate y el pensamiento crítico. Aquí destacarían obras como “Plácido”, “La gran familia”, “De ilusión también se vive”, “Family Man”, “El bazar de las sorpresas”, “¡Qué bello es vivir!”, o la obra maestra de Billy Wilder, “El apartamento”.
Por último, esta época nos proyecta al disfrute. Ese aspecto que yo considero que es el más importante de la Navidad cinematográfica, también pone de manifiesto que este es un periodo de desinhibición, desahogo, risas y una actitud algo canalla, diría yo. En este todo vale, hemos podido disfrutar de películas como “La jungla de cristal”, “Solo en casa”, “El día de la Bestia”, los famosos “Gremlins”, o nuestro sueño oculto: “Los fantasmas atacan al jefe”.
Estas serían algunas de las principales películas navideñas. Sin embargo, yo creo que el cine es sinónimo de Navidad, y no solo porque existan historias que se desarrollen en ese periodo. No puedo entender este tiempo sin esa sensación de largas comidas familiares seguidas de las prisas por salir corriendo y comprar las entradas para los mejores estrenos del 25 de diciembre.
Los abrigos, los guantes y las bufandas, el frío viento en la cara, y las carreras, con o sin lluvia, para llegar al oasis más preciado de cada final de diciembre: las salas de cine. Esa sensación de calor al entrar por la puerta, el olor a palomitas, el ruido de la gente hablando en las colas y con ansia por entrar, el nerviosismo de los niños... En definitiva, un verdadero ambiente mágico.
Y luego llega la hora de la verdad. Mil personas sentadas en una sala, hablando y riendo, con una expectación máxima hasta que la luz se apaga, se enciende la pantalla y surgen las primeras imágenes con anuncios. Todo el mundo habla, comenta y se ríe, pero la agitación se sosiega en el momento en el que abruptamente empieza a sonar la música del estudio de cine, unos títulos de crédito, unas voces, la música y sorprendentes y refrescantes imágenes que consiguen la mágica sensación de la “verdadera” Navidad: podemos compartir un pequeño espacio de tiempo juntos, olvidarnos de nuestras preocupaciones y ser una pequeña comunidad. Ni Santa Claus puede competir con esto.
¡Feliz Navidad cinematográfica!