Estos días he vuelto a ver Blade Runner. Culpen a la edad, a la programación o a la nostalgia del vermú con polvorón. Un clásico en Navidad no amarga nunca y puede librarnos de sobremesas de alto voltaje. Es cierto que algunos detalles de la película han envejecido mal, como el horizonte de ese mundo de androides previsto para 2019. Sin embargo, la película es difícilmente superable en su abordaje sobre lo que nos hace humanos, los límites de la ética y los conflictos de jugar a ser dioses y concebir nuevas vidas, sean éstas fruto de un experimento de bioingeniería o de la reproducción humana.
“Más humanos que los humanos” es el lema de la Tyrell Corporation, la empresa que crea a los replicantes. El eslogan encierra la clave de toda la trama y contiene un conflicto profundamente humano: avanzar, y tal vez desaparecer por exceso de ambición; o parar, y dejar de evolucionar.
No hay lucha interna más constante ni que haya tenido tantos maestros en el arte de contarla. Uno de ellos es Ridley Scott, manejando a su antojo los hilos de héroes y antihéroes que se enfrentan a su destino, como Rick Deckard y el replicante Batty.
Para Roy Batty, más humano que cualquiera y menos que todos los demás, Scott escribió un monólogo que supera al de cualquier algoritmo conocido. Batty había visto cosas que no creeríamos: atacar naves más allá de Orion y rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Y no solo eso; él, un androide biológicamente humano, fue ungido con un destello de consciencia en su despedida: y por eso sabía que su historia se perdía con él, “como lágrimas en la lluvia”.
¡Cómo lo sabías, Roy! Que todo se pierde y todo nos trasciende, a veces con poca gloria por la falta de memoria.
La inteligencia artificial que el cine y las novelas nos prometían han hecho de Batty un dócil androide. La realidad siempre supera la ficción, y eso es justo lo que nos ha sucedido.
La utilización masiva de datos y de información disponible están permitiendo conquistas que van mucho más allá del mundo robótico: hallazgos científicos, vacunas, digitalizaciones y enormes avances en ciberseguridad. Y, de nuevo, llama a nuestra puerta el conflicto que nos persigue desde que el mundo es mundo: el de los límites éticos.
Estas navidades, la compañía United Unknown ha diseñado una felicitación en la que líderes políticos antagónicos se abrazan con fruición. No son los únicos: una nueva tecnología vinculada a la red X permite generar imágenes fotorrealistas a partir de descripciones textuales. Y allí hemos visto a Pedro Sánchez abrazarse con Franco; un feliz posado de Javier Milei, Cristina Kirchner y Mauricio Macri o a Taylor Swift comiendo churros.
De la otra parte, de la de la realidad; 2024 deja en nuestra retina acontecimientos que no habíamos imaginado nunca. No olvidaremos las imágenes del agua inundando pueblos enteros en Valencia, ni las del fuego en Campanar. Por primera vez, una dirigente del Sinn Fein llegó al máximo cargo de Irlanda del Norte, y se ha descubierto un antibiótico que podría ser eficaz contra bacterias resistentes a múltiples fármacos. Supimos que un expresidente de Estados Unidos había sido declarado culpable por cometer un delito grave; y lo vimos recuperar la Casa Blanca pocos meses más tarde. Noland Arbaugh ha sido el primer tetrapléjico que puede controlar una computadora con sus pensamientos gracias a un implante cerebral; se ha desatado una devastadora escalada bélica en Oriente Medio y hemos sufrido colapsos informáticos de escala mundial.
Todas y cada una de estas imágenes; desde las más irreales hasta las terriblemente ciertas; apelaron en 2024 a lo más humano que hay en cada uno de nosotros. O pienso, tal vez me equivoque, que debieron interpelarnos.
Tal vez la realidad esté dejando de tener importancia por desgaste de la certeza, y eso nos deje entumecidos y resabiados. Tal vez hayamos cruzado la línea de la posverdad hacia la posrealidad: ya no hace falta edulcorar la realidad si podemos crear una paralela. Tal vez tengamos que afinar nuestro sentido común para no perder del todo el instinto y la base que nos hace humanos. Incluso, abrazando nuevas formas de humanidad. Porque incluso el replicante Batty, perdón por el espóiler, salva a Deckard en su último aliento. Y eso, después de todo, lo hace más humano que cualquier humano.