Vamos a ver: ya es de por sí extraño que, en un estado autonómico, sea casi una rareza política ver reunido al presidente del gobierno central con todos los presidentes autonómicos. Algo que debería ser habitual y nada excepcional se convierte en todo un acontecimiento, en una suerte de dádiva, en un besamanos, en una pleitesía, donde el rey de la mesa centralísima es honrado por sus feudales periféricos.
No ha de sorprendernos que, en estas quedadas, se mire con lupa cada gesto, cada sonrisa, cada rostro etrusco, cada mueca, cada polémica real o simulada… El morbo de los agravios territoriales y el ruido forzado de las siglas se convierten en escollos atronadores en estas circunstancias.
La última conferencia de presidentes, celebrada en Santander, discurrió entre el tedio y la obligación. Tanto pedirla, llegó. Cachis. Los presidentes y presidentas de las autonomías arrastraban los pies deseosos de que su minuto de gloria (o los diez minutos de los que disponía cada uno de ellos en sus intervenciones ante Pedro Sánchez) abrieran los respectivos informativos territoriales de radio y televisión, y les brindaran portadas en los llamados periódicos regionales. O de provincias.
“La cumbre de Santander termina sin acuerdos” rumiaban los medios para titular sus portadas, como si, alguna vez, algún incauto hubiera osado pensar que iba a acordarse algo siquiera menor en la Conferencia de Presidentes, ya no digamos significativo y de valor.
Reclamaciones de viejas deudas contraídas y no saldadas, letanías, rogativas de infraestructuras pendientes desde hace décadas, promesas incumplidas, sistemas de financiación esperanzadores y nunca abordados para la comunidad de turno…
Imagino el cuaderno de mi primo Sánchez con esquemas, flechas, monigotes y garabatos para compendiar esos eternos diez minutos de cada presidente que, multiplicados por las 17 comunidades más las dos ciudades autónomas se convierten en más de tres horas de sermones encadenados.
Ciento noventa minutos más retrasos, más alargamientos, más circunloquios, más dónde está mi cámara… Solo con pensarlo, casi me da hasta pena mi compadre Sánchez. ¿Qué técnica utilizará para evitar los bostezos? Una conferencia más y entenderé perfectamente por qué estas reuniones duermen en cajones hasta que no hay más remedio que despertarlas y organizarlas. Y que salga el sol por Antequera.
Parece mentira que la Conferencia de Presidentes sea el órgano de máximo nivel político de cooperación entre el Estado y las Comunidades Autónomas, y que se diga de él que “ocupa la cúspide del conjunto de órganos de cooperación multilateral”. Casi nada.
Da igual que barnicemos la cosa con cogobernanzas deluxe, con palabros de multilateralismo responsable… Un tostón de más de tres horas es un peñazo en toda regla, se mire como se mire, por mucho que disfrutes de las vistas del Palacio de La Magdalena o de la isla de Mouro, así que más valdría buscar soluciones para agilizar estos foros, hacerlos útiles de verdad, tomarse en serio el estado descentralizado, o anquilosaremos hasta a los mismísimos padres de la Constitución.
Nuestro presidente aragonés, Jorge Azcón, resumió en una palabra la valoración de la reunión: “decepcionante”. Decepcionado porque se habló de condonaciones de deudas catalanas y no de despoblación de la España interior. Porque se habló, pero no se pactó. Porque ni siquiera se sometió a una votación simbólica y fotografiable algo tan evidente como la ayuda a los damnificados por las tormentas en Valencia. Terminada la reunión, cada uno se marchó para su casa. Como cabía esperar.