Por Maria Luz Simón González

Podemos hablar de machismo mediterráneo, machismo nórdico, de izquierdas, de derechas, sudamericano, norteamericano, oriental, africano…. en unos predomina la idea de protección, en otros la de desprecio, en otros la posesión, en otros descargar a la mujer de sus esencias, en otros sólo destacar sus esencias.

Como mujer nacida en los años 60 en una familia tradicional española recuerdo y sufro el machismo patrio en transformación, que como casi todo en este país es multicultural y diverso.

Tenía 5 o 6 años cuando me preguntaron:

- ¿Y tú qué quieres ser de mayor?

-Médico- contesté rotunda.

-¿Médico?, será enfermera, replicó desde la altura un hombre que acababa de conocer y no tengo ni idea de quién era.

De años después, ya adolescente, recuerdo Turquía y el deseo de tener un burka para huir de aquellas profundas miradas que me acosaban, provocándome más miedo que los soldados y los tanques que recorrían las calles de Estambul.

Ya en la facultad la mitad éramos mujeres pero los pacientes solían ver en mis compañeros al posible médico y en nosotras a las posibles enfermeras. Muchos años han tenido que pasar para que familia y amigos se dirijan indistintamente a mi marido, también médico, o a mí ante un problema de salud.

Recuerdo paseos por mi ciudad leyendo y a hombres con derecho a insultar y volver a desear un burka.

Recuerdo y vivo más responsabilidad doméstica por ser mujer.

Conozco miradas de hombre con menosprecio especial al expresar mi opinión. Jóvenes controlando a sus novias a cada paso.

Recuerdo a mi amiga con la costilla rota por los golpes de su marido filonazi.

Recuerdo a una paciente embarazada de 8 meses con miedo de volver a ver a su pareja.

Sí, el machismo, perdiendo sus orígenes entre nuestros más olvidados ancestros, se niega a abandonar nuestra existencia; a veces es protector, a veces calumnia, a veces degrada, golpea, mata. Y siempre, siempre, rebaja a la mujer a una condición inferior, a ir tres pasos por detrás del hombre.

Pero yo no quiero mandar al hombre a la cuneta, quiero al hombre a mi lado, compartiendo el camino, porque juntos el camino es más interesante, más grande, con más colores.

No quiero que mis hijos varones se sientan superiores o inferiores ante su hermana.

No, no quiero una justicia que diferencie por razón de sexo, ni a favor de unos ni de otros. Quiero que los hombres y mujeres tengamos el mismo horizonte, pisar la misma arena con los toros que a cada uno nos toque lidiar.

No quiero más cruces señalando lo que no podremos olvidar.