Por José-Tomás Cruz Varela

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, para muchos españoles entre los cuales también figuran simpatizantes de su propia 'd' formación, emplea una estrategia errónea consistente en despreciar y no minusvalorar todo aquello que no le beneficie, con tal de lograr el llamado 'Gobierno del cambio'. Cuando la aritmética electoral no le ha favorecido, el pretender vender una derrota como victoria es una boutade y más en esta ocasión en que no ha vencido y menos convencido con su inane y desastrosa campaña, aderezado con sus arengas para sordos.

La prepotencia, cuando existen ciertas posibilidades de triunfo puede incluso justificarse, pero las idioteces, políticamente hablando, por mucho que se empecine Sánchez se queda en pura y simple banalidad. Si verdaderamente pretende recuperar la dignidad que corresponde a su cargo y persona, es menester que medite y rectifique muchas de sus decisiones cuanto antes. Un partido jamás está obligado a tolerar las imposiciones y despropósitos de su líder, cuando lo suyo es previamente discutirlo y someterlo a la aprobación por parte de los órganos de gobierno de dicho partido.

Reconociendo la enorme complejidad post electoral de España tras el 20-D, se impone el tratar de solucionar el problema urgentemente pero con la serenidad, criterio y reflexión requerida, tratando de conciliar los intereses partidistas con los de la nación y los ciudadanos e intentando evitar por todos los medios la repetición de las elecciones generales, circunstancia que inicialmente se presenta harto difícil tras el fracaso cosechado tras el primer encuentro celebrado entre Rajoy y Sánchez.

Si al líder del PSOE le trastorna el no haber ganado las elecciones, tampoco Rajoy se encuentra demasiado lejos de arriesgar más de lo debido con tal de continuar cuatro años más como inquilino de La Moncloa. En cuanto a Sánchez, al margen de sus nefastos resultados, en el seno del PSOE comienzan a surgir discrepancias con su forma de plantear las negociaciones, inicialmente con la poderosa presidenta de la Junta de Andalucía Susana Díaz y otros barones en abierto desacuerdo de un pacto con Pablo Iglesias (Podemos), temiendo ser fagocitados por dicha formación.

En línea similar, la tensión generada por el duro enfrentamiento mantenido en el último y único debate entre Rajoy y Sánchez, en el que intercambiaron insultos y descalificaciones fue un desastre, con lo cual, la relación personal entre ambos políticos es prácticamente nula. Posiblemente Rajoy se precipitó convocando al líder socialista con excesiva premura, dejándose llevar por su irreprimible deseo de zanjar el tema de "su" segunda legislatura cuanto antes...

La administración de los tiempos juega ahora un papel trascendental. El hecho de que la Ley permita un plazo de dos meses para la formación de Gobierno no debe interpretarse ni aconseja que dicho plazo deba agotarse, demorarlo nada dice a nuestro favor al ser observados a nivel internacional, y el proyectar discrepancias internas para conseguir la necesaria estabilidad gubernamental dañaría nuestro prestigio como país destinatario de proyectos e inversiones extranjeras.

Cierto es que el complicado resultado de los comicios generales permite escasas soluciones para recuperar la gobernabilidad como ya se ha comentado, entendiéndose como mejor solución un pacto entre PP, PSOE y Ciudadanos, reconociendo que tal acuerdo requeriría múltiples cesiones por parte de los tres partidos, si bien por el momento las primeras negociaciones han fracasado no se vislumbran otras posibilidades en aras a evitar la repetición de elecciones generales con todas sus consecuencias.

Ante tal impase, resulta indispensable que tanto partidos como ciudadanos nos mentalicemos que políticamente todo ha cambiado, lo que nos obliga a posicionarnos a la altura de los acontecimientos que demandan los nuevos tiempos. Ese y no otro es el desafío y nuestra obligación el acatarlo.

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