Por Juan Pablo Sánchez Vicedo @jpsVicedo

Felipe VI es alto y se le ve de lejos. Todavía no ha dado un escándalo en la política, el dinero ni el sexo. Los escarceos y trapisondas de su padre agitaron una institución que precisa del sosiego, casi el aburrimiento, para perdurar. El problema de los Borbón es que no han sabido estarse quietos. Isabel II fue una niña grande que maduró en el exilio, cuando era demasiado tarde. El obituario que de ella escribió Galdós es antológico y no bien conocido por el gran público, como casi toda la historia de España.

A Alfonso XIII, otro incapaz, le fueron matando, uno tras otro, a los mejores políticos de su época y cuando se quedó sin próceres echó mano de un dictador efímero, diabético y sin estrella. Una sombra de inmadurez y duda recorre la dinastía desde Felipe V, depresivo e inestable, hasta Juan Carlos I, inatento e hiperactivo aunque bien aconsejado hasta que despidió al Gran Sabino, como siempre ha llamado Jaime Peñafiel al general Sabino Fernández Campo.

Felipe VI tiene una vena germana que afirma su conducta, más reposada que la de sus predecesores. Un alivio. Dicen que el rey ha salido a su madre, la profesional que hubo de apañárselas rodeada de aficionados. Doña Sofía es griega pero su estirpe es alemana. Felipe VI es fiable y no trasnocha cuando tiene un acto oficial. Da la impresión de que lleva tiempo reinando. Los republicanos le buscan las vueltas sin acabar de encontrárselas, aunque una intuición malévola y lejana apunta a su consorte. La reina lleva sobre sí un halo de misterio que algunos pintan de ignominia sin confirmación. Cada año sale un par de libros sobre el caso. El último se salvaría de una quema de obras prescindibles. Los periodistas Daniel Forcada y Alberto Lardiés son coautores de La corte de Felipe VI, reportaje que rebasa los límites de un periódico.

Forcada y Lardiés nos explican que en palacio sigue habiendo rincones penumbrosos. Tratan a los reyes y a sus allegados como individuos que piensan, sienten emociones, acarrean traumas y, mejor o peor, aprenden de la experiencia. Al brumoso pasado de la reina dedican pasajes que, si no la retratan, al menos dejan un boceto. Sus autores desdeñan el chisme, nos enseñan que la razón de Estado hace difícil escribir una biografía de Letizia y nos queda la impresión de que ella misma mantiene una tensa relación con la verdad.

Hay dos categorías de libros sobre las desventuradas familias de los reyes: los que enturbian el asunto y los que lo esclarecen. La corte de Felipe VI avanza en el conocimiento de nuestra monarquía, que busca un sitio entre la tradición y la modernidad, entre la transparencia y la discreción, sin tener la seguridad de que ese sitio exista. Sugiero que lo lean y saquen sus propias conclusiones, que habrán de ser provisionales porque el puzzle de nuestra reciente historia está incompleto, aunque no es irresoluble.

Anoten: La corte de Felipe VI, de Daniel Forcada y Alberto Lardiés, editado por La Esfera de los Libros.





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