Por César Sampedro Sánchez, Doctor en Historia

Todavía cuesta escribir pocos días después de la tragedia de París. El dolor es inmenso y en ocasiones uno siente que el único posicionamiento posible es la solidaridad con las familias de las víctimas, que es lo que en este texto expresamos por encima de todo.

Pero la reacción de los atentados del pasado 13N por parte del presidente de la República, realizando una declaración de guerra, convalidada ante la asamblea nacional y el bombardeo de objetivos del Estado Islámico en Siria tal vez necesite de una reflexión.

En primer lugar, cabe preguntarnos como hemos llegado a este punto sin que las principales potencias de Occidente hayan actuado frente a la principal fuente de financiación del ISIS o Estado Islámico, que explicamos para el lector, no es sólo un grupo terrorista, sino un Estado, con capacidad para recaudar impuestos y reclutar adeptos a la causa que ocupa un territorio entre el sur de Siria y el norte de Irak, con un territorio similar al de las dimensiones de Bélgica. Un Estado organizado que ha actuado sin piedad contra sirios, iraquíes o kurdos. Un Estado no reconocido, pero si visible con todas su amenazas ante la Comunidad Internacional. En este punto nos preguntamos, ¿cómo es posible, que Estados Unidos, que ahora defiende actuar contra la venta de petróleo, principal fuente de financiación, no lo haya hecho antes? Según la revista Forbes, el ISIS o DAESH, obtendría de la venta de petróleo unos beneficios que rondarían los 2000 millones de dólares. Es pues, una cifra como para llamar la atención.

En segundo lugar, cabe preguntarse cómo es posible que todavía no se hubiese tutelado una fuerza internacional para intervenir en Siria, donde Rusia apoya al gobierno de Basar Al Asad y otros países occidentales a la llamada oposición moderada, sin haber todavía conseguido detener la Guerra Civil.

La reacción del presidente Hollande ha sido clara, propia de un estadista. No podemos abstraernos de una comparación con las llamadas de Winston Churchill en los años treinta en Westminster (léanse su Memorias) ante la expansión del estado nazi alemán y los peligros que suponía para la Europa democrática. Y tampoco de una comparación del fracaso que supuso el llamado acuerdo de Munich de 1938, en el que Chamberlain, junto a Daladier representando a Francia, cedieron ante las conquistas territoriales de Hitler a cambio de la paz. Es lo que en ciencias políticas e historia se ha venido a llamar desde entonces la política del “apaciguamiento”.

Tenemos claro, pues, que el Estado Islámico es un enemigo a batir, y sacamos como conclusión de episodio citado que el apaciguamiento resulta del todo inútil. Pero la pregunta que nos queda por realizar es si la guerra es la solución, pues tenemos casos mucho más cercanos en el tiempo como el de Irak que lo certifican. Y sobre todo, si una guerra completa, con la incorporación de ejércitos terrestres no llevaría a más catástrofes de las que hasta ahora hemos sufrido.

La estrategia debe ser en nuestra opinión mucho más amplia, con el corte de suministro inmediato de las fuentes de financiación del ISIS, el aumento en cooperación a los países en desarrollo, sobre todo a aquellos que pueden ser víctimas de la expansión del yihadismo, y la educación en la paz y contra la violencia en los propios Estados, pues no podemos obviar que varios de los ejecutores son nacidos en la propia Francia. Ni el apaciguamiento, ni la guerra por si sola contra el ISIS, serán capaz de detener el terrorismo yihadista internacional, sino actuamos contra las raíces del problema.

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