Por Mario Martín Lucas
Las cruzadas enfrentaron a Occidente y Oriente, en guerra, durante casi doscientos años (1095-1291), que posteriormente se repitieron a lo largo de la historia. En su origen el objetivo era restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa y al fuego de ese caliz, “los cruzados” tomaban votos y se les concedía indulgencia por sus pecados. El campo de batalla de entonces eran los territorios bajo influencia del islam.
Diez siglos después los efectos de aquellos barros son lodos en nuestra actualidad globalizada, conservando algunos rasgos de entonces, principalmente el fundamentalismo y el fanatismo, pero con el nuevo fenómeno de que el campo de batalla está en nuestras calles, en nuestros barrios, en nuestras ciudades y en lo que, orgullosa y prepotentemente, autocalificábamos como primer mundo civilizado, mientras a quienes nos atacan no les hace falta viajar hasta aquí, ya que forman parte de nosotros, viven en barrios de nuestras ciudades, hablan nuestro idioma y son nuestros vecinos.
Tras el 13-N en París y sus terribles consecuencias, se vuelven a repetir los mismos mensajes, condolencias, reflexiones, declaraciones, etc … que se vivieron tras los atentados del 11-M de 2004 en Madrid, del 7-J de 2005 en el metro de Londres o del 11-S de 2001 en New York, pero la esencia del problema también está en nuestro mundo, como quienes apretaron los gatillos de esos “kalashnikov” o se inmolaron con cinturones explosivos alrededor de gente que solo pensaba acudir a un concierto en esa terrible noche en la sala Bataclán.
La finita capacidad de las portadas de los diarios está ocupada por este nuevo brote de terrorismo yihadista, igual que los programas de radio o televisión, y aun lo harán por algunos días más, pero no tardarán mucho en volver a aflorar nuevos temas o recuperar viejos asuntos (Pujol, Rato, la corrupción, el 20-D, etc…) y conviene no perder de vista el origen de estos brotes que salpican, cada vez más frecuentemente, las calles de las ciudades de nuestro, cada vez menos, confortable primer mundo, generador de tantas desigualdades como para estar en el foco del rencor de la mano de obra que hemos importado pero que no hemos sabido integrar socialmente.
Ojalá pase mucho tiempo hasta que otra nueva cortina de sangre protagonice nuestra actualidad y nuestros lamentos.