Por Manuel Mañero

Al principio, todo era fuego. Luego, la historia nos trajo las fronteras y hasta hoy. Dicen los escépticos que no es recomendable tanta realidad supranacional: que las puertas a Pangea reproducen una ancestral batalla cósmica en cuya resolución el hombre juega en última instancia un papel insignificante, que por tanto está predestinado a perder. Sin embargo, hay a quienes sí les gusta la Eurocopa a 24 equipos. A merced de diretes ideológicos y una impostada y cargante nostalgia futbolera -que no es tanto futbolera como humanística, sin más-, muchos creen en cambio que la ampliación del cupo de equipos participantes en el torneo trastoca los planes soberanos del mundo.

Hemos asistido recientemente, y no deja de ser triste -aunque más peligroso que triste- a otra demostración bárbara de la dudosa claridad del odio. Allá donde cada uno identifica un país, muchos identifican excusas y peros. Allá donde uno antepone la unidad, otro quiere sacar las sillas a la calle a hacer calcetas de nubes sobre la sangre.

El fútbol, vehículo rápido y preciso de sentimientos que no volvemos a sentir en el día a día, como buen exponente que es de la cultura de la ambición, se presta a estas conspiraciones. Pero, insisto: Gales, Islandia o Albania estarán en Francia porque se lo han ganado jugando, credo al que han faltado otra como Grecia, Países Bajos o Serbia.

El paradigma serbio, además, es edificante en este sentido: una mala conversión de ciertos valores que también caben en los estadios les penalizaron en la tabla y favorecieron de paso al que tienen identificado como su enemigo, Albania, que ha hecho historia. Aunque coincidamos en que hacer historia está más barato que nunca en la cultura del meme, es preciso recordar que de cuando estar juntos se trata, sea en fútbol o en las calles, poco espacio hay para la reticencia. Alguno, que querría la homogeneidad y el terrible uniformismo de la intransigencia para sí mismo, se posicionará en contra. Disfrutarán como galgos en el monte corriendo tras las sombras con este recurso a Pangea los mismos que desean enterrar viva la D'Hont y se excusan en todo con los precocinados de la moralidad: «no es lo mismo».

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