Por Mario Martín Lucas

Cuarenta años después de la reinstauración democrática en España, se acentúa la sensación de una necesidad de regeneración democrática que ponga las bases para que exista una real división de poderes en el Estado, entre el ejecutivo, legislativo y judicial. Hacen falta muchas otras cosas más, pero casi todas ellas parten de ahí.

Cuando queda menos de un mes para que los españoles ejerzamos el derecho democrático al voto, casi la mitad de quienes ocuparán asientos en el Congreso de la Diputados ya están elegidos, y ellos lo saben bien, también sus respectivos partidos políticos. Es el efecto del sistema de listas cerradas que se emplea en nuestra perfeccionable democracia.

El PP sabe qué posiciones en sus listas aseguran el acceso al cargo, también lo sabe el PSOE, por supuesto, igual que los nacionalistas vascos y catalanes, mientras que los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, también manejan qué circunscripciones les permitirán debutar como fuerzas parlamentarias; igual que ERC, Democracia i Llibertat (la lista de CDC) o Coalición Canaria.

Evidentemente no todo está escrito, pero para casi la mitad de quienes ocuparán un escaño, está muy claro a quienes agradecerán su nuevo puesto: al sistema de designación de las listas de sus respectivos partidos y a sus líderes, sean Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias o como quieran que se llamen, lo cual pone el foco en uno de los principales problemas de la democracia española: la endogamia del sistema, generadora de clientelismo, donde se priorizan los intereses de las formaciones políticas funcionando como agencias de colocación para los propios y en cuya gestión quedan subsumidos los verdaderos intereses generales de los españoles.

El sistema es perverso, limitando el vínculo del electo con su elector, pero creando en aquel una alta alineación con su líder y el aparato de su partido, dándose las condiciones adecuadas para que las falsas unanimidades, el servilismo e, incluso, la corrupción encuentren su caldo de cultivo; todo en una loa final de agradecimiento y compromiso de obediencia al jefe.

A lo largo del mundo democrático hay muchos sistemas de los que replicar sus mejores prácticas electorales, pero sin duda los dos más interesantes se dan en Reino Unido y Estados Unidos, donde los candidatos se enfrentan a conseguir la confianza en un determinado distrito electoral, lo cual establece un alto vínculo entre elegido y elector, rompiendo la cadena de dependencia con el aparato de su respectivo partido. En el Reino Unido el territorio electo está divido en 650 distritos y en cada uno de ellos es elegido quien representará a ese distrito en la Cámara de los Comunes, mientras que en Estados Unidos hay 435 distritos para acceder a la Cámara de Representantes, distribuidos a lo largo de los 50 Estados. Otros modelos, como el alemán, combina un sistema mixto, eligiendo la mitad de los parlamentarios en circunscripciones uninominales y desbloqueando las listas de las que procede el resto, pero la realidad es que el sistema español, de listas cerradas y bloqueadas, solo encuentra similitud en Italia y Portugal.

¿Cabe mayor ejercicio democrático que la elección directa de un nombre por el que cada ciudadano opte en la contienda electoral en su propia circunscripción? Mientras en España no podamos ejercer ese derecho no estaremos disfrutando de una democracia real, y la necesaria regeneración deberá encontrar su camino a través de pasos como ese.

Mientras tanto se seguirá cumpliendo lo expresado por Federico II de Prusia en la frase que se le atribuye: “…todo por el pueblo, pero sin el pueblo”.

Dos últimas preguntas como prueba de consistencia: ¿Recuerda usted el nombre del número tres de la lista de cada partido político en su provincia en estas elecciones? ¿Y recuerda el nombre de quien ocupaba esa posición en las anteriores?...pues eso.

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