Por Alejandro Pérez-Montaut Marti (@alejandropmm)

Ayer por la tarde se produjo un acontecimiento que mostró la falta de tolerancia de un sector -que espero no sea muy numeroso- de la población. Un joven de 17 años propinó un puñetazo al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, mientras este daba un paseo por las calles de Pontevedra. En el vídeo pudimos ver cómo le daba un fuerte golpe tirándole las gafas al suelo. No sé si es peor el acto en sí, o el enorgullecimiento público del joven después de la agresión.

Inmediatamente después se sucedían los titulares en las redes sociales, y con ellos los comentarios y las condenas. Desgraciadamente, muchos aplaudieron la agresión. Personas que viven en un país democrático y que participan de la política e incluso la comentan, se permiten el lujo de justificar un acto violento hacia un político, que no es menos que el Presidente de todos los españoles. Mariano Rajoy puede gustar más o menos, pero jamás la violencia será justificable contra nadie, y menos contra una persona que fue en su día elegida democráticamente. Sus medidas pueden gustar o no, pero eso no da a un individuo autoridad para agredirle.

Agresiones verbales por las redes, insultos de todo tipo y además ahora llega la agresión física en una campaña electoral. Una campaña electoral antes de unas elecciones democráticas donde el pueblo tiene la libertad de expresar su rechazo a un candidato y brindar su apoyo a otro, debería ser motivo de celebración para los españoles. Por desgracia, para algunos no lo es, y necesitan cruzar la línea roja del respeto.

Me pregunto por qué lo hizo. ¿Qué motivos tenía? Los motivos son muy sencillos, simplemente estaría deseoso de adquirir el protagonismo del cual carece. Ni los derechos, ni las libertades, ni la violencia se defienden con una agresión. Aún así, esto no refleja la dinámica de la campaña. Afortunadamente los españoles se expresan sin necesidad de agredir a nadie, con el poder de su voto y su palabra. Esto es democracia, y está mayoritariamente asentada en nuestra sociedad.

Por otro lado, si yo fuera el padre de ese joven, hubiera ido a verle al calabozo con una maleta y su ropa dentro, prohibiéndole pisar mi casa hasta que no pidiera perdón públicamente además de aceptar la condena que se le imponga. Semejante mala educación debe ser castigada no solo por la justicia, sino también por el entorno y la sociedad.

El odio y la violencia no pueden apoderarse de la política. Aquel que quiera vivir y hacer política de verdad debe saber que se trata de una confrontación de ideas, no de puñetazos. No voy a votar al Partido Popular el 20-D, pero me veía en la obligación moral de repudiar este acto tan desafortunado, por no decir otra cosa. Lo que a este muchacho le permite ser juzgado por un tribunal, siendo seguramente absuelto de todo cargo, es precisamente la tolerancia y el respeto que los españoles lucharon tanto por conseguir en su día. Sí, esa tolerancia y ese respeto que él con 17 años ha pisoteado y prostituido.

No olvidemos que los actos violentos desautorizan y arrebatan credibilidad a una persona, pero tengamos también en cuenta que el justificarlos convierte a la persona que los aplaude en un ser despreciable.

El rechazo a un partido político y los ideales de cada uno se manifiestan en las urnas, con una papeleta metida en un sobre.

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