Con faldas y a lo loco

Pedro Sánchez, tras la ejecutiva del PSOE.

Pedro Sánchez, tras la ejecutiva del PSOE. Reuters

Por César Sampedro Sánchez, Doctor en Historia

Como una película de Billy Wilder, y entre medias de hilarante, desbaratada y jocosa, sino fuera por la seriedad del asunto, me ha parecido la reunión del último comité federal del PSOE.


Pasaremos inmediatamente a describir las razones que nos llevan a esta dura interpretación, no sin antes poner el foco en el espectáculo mediático transcurrido tanto en los días previos como a las puertas del mismo comité.


Coincidiremos con Susana Díaz en que el comité federal es el máximo órgano entre Congresos del Partido Socialista, que según los Estatutos, que mucho mejor que yo conoce la presidenta andaluza, está facultado para tomar decisiones y enmendar incluso las de la propia ejecutiva federal. Por lo tanto, y si tenemos claro el asunto, ¿a qué viene ese ruido mediático, esas valoraciones continúas en los medios antes del comité? La propia Díaz aseguró que quería una intervención en abierto, faltaba tal vez poner altavoces en la calle Ferraz para que cualquier viandante y no sólo los periodistas que ya están a la caza y captura de cualquier discrepancia, pudiesen captar a su paso por la sede socialista que la cosa no va de paz y amistad.


Luego están los barones. ¡Ay los barones! Llevo muchos años escuchando esa expresión en el seno de mi partido, y confieso que nunca llegué a entenderla, mucho menos ahora y conforme corren los tiempos y desaparecen las mayorías absolutas. Porque en efecto, hubo un tiempo en el que PSOE sacaba mayorías absolutas en los respectivos territorios o Comunidades Autónomas que forman España, y ahí quedan para el estudio los resultados de José Bono en Castilla-La Mancha, Rodríguez Ibarra en Extremadura o Chávez en Andalucía. ¿Pero de qué baronías hablamos ahora?


Gobernamos en la mayoría de los territorios si no con al acuerdo con fuerzas nacionalistas (caso por ejemplo del País Valenciano), con Podemos o con el resto de mareas. Nadie de los llamados barones tiene la mayoría absoluta, si bien los resultados electorales tanto de Javier Fernández en Asturias como de Guillermo Fernández Vara en Extremadura son encomiables. Efectivamente los secretarios generales forman parte del comité federal del partido, ¿pero vale su voto más que el de cualquier otro miembro del mismo? ¿Tienen un voto de calidad? No, que yo sepa.


Por eso Sánchez, acertó en su discurso del comité al preguntar entre la ironía y la seriedad, cómo les iban los pactos a los miembros del mismo en sus respectivas Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. En efecto, la limitación de los pactos que los mencionados barones quieren imponer a Sánchez con Podemos se podría aplicar a sus propios territorios, donde por cierto en alguno de ellos y tras las últimas elecciones el Partido Socialista ya es tercera fuerza.


El secretario general del PSOE tiene la legitimidad y la obligación, es cierto con las enmiendas que pueda hacer el máximo órgano después de su ejecutiva, de llegar a acuerdos para intentar conseguir la gobernabilidad del país, que es lo que no interesa tanto a los socialistas como al conjunto de los españoles. Después de la lista más votada, la del PP, es el PSOE como partido de mayorías con vocación de gobierno quien tiene la obligación de buscar estos acuerdos, y para eso necesita el tiempo y la libertad necesaria.


Eso y no otra cosa es lo que quieren muchos militantes de base, pues es para lo que votaron a su secretario general (algunos incluso, paradojas de la vida tienen que defenderlo ahora, habiendo votado hace un año a su contrincante). Y lo demás, bailar a las faldas de la presidenta andaluza como si de Marilyn Monroe en una comedia se tratara, está demás y demuestra más ambición en el control y la lucha interna por el poder, que en la gobernabilidad de España y de cada uno de sus territorios. Querer cambiar el candidato antes de saber si se producen nuevas elecciones o no, o de cuando se celebrara un Congreso no es serio. De momento, no es el tiempo de cambiar de caras, sino de dejar que nuestro secretario general dé la cara. Vale.