Por Mario Martín Lucas

Los 63 escaños obtenidos por los partidos denominados no soberanistas en Cataluña, frente a los 62 de Junts Pel Sí, dieron un valor decisivo a los 10 diputados conseguidos en el Parlament por la CUP en las elecciones del 27-S, habiéndose consumido más de tres meses de intensas negociaciones que han culminado con la negativa de la Candidatura de Unidad Popular a facilitar la reelección de Artur Mas, mostrando su predisposición a sí apoyar a cualquier otro candidato que pudiera proponer la agrupación electoral cuya lista encabezó Raúl Romeva, con el líder de CDC en su cuarta posición.

Visto con la perspectiva del paso del tiempo hay que reconocer que la CUP ha hecho lo que ya anunció la misma noche electoral del 27-S, lo cual, ya de por sí, merece una felicitación de coherencia política, si bien a lo largo de las negociaciones se han vivido situaciones tan kafkianas como el empate a 1.515 votos entre los partidarios de la reelección de Mas y los contrarios, en la Asamblea celebrada el 27-D en Sabadell, cuya probabilidad para ese resultado, según la ciencia matemática y combinatoria, es del 0,033%, toda una alegoría en sí mismo de lo sucedido allí.

Artur Mas ha conseguido un nuevo récord para su historial de prodigios. Primero, jibarizando los resultados de su propia formación política en cada una de las citas electorales en las que ha concurrido hasta dinamitar la coalición que representaba CiU, como identidad del nacionalismo moderado catalán desde hacía 37 años, después desnortando a sus votantes habituales, además de dividir, y estresar, a la sociedad civil en general, para finalmente fracturar a la CUP, en el reduccionismo de Mas sí o Mas no, haciendo saltar por los aires al recién elegido líder parlamentario de esa formación, Antonio Baños, por la vía de la dimisión.

Todo lo que toca Artur Mas se divide y se fragmenta. El heredero político de Jordi Pujol inició un viaje en 2010 falto de toda coherencia, que le ha llevado de derrota en derrota, utilizando engaños como aquel de que antes sería el procés que él mismo, para finalmente estar dispuesto a todo lo que hubiera hecho falta ceder, en su intento de acuerdo con la CUP, con tal de que se aceptara su reelección como president, aun con funciones limitadas y sin defender sus propias políticas, rememorando a Groucho Marx en su célebre cita: “…estos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros.”

Mas ha querido utilizar los legítimos deseos de autodeterminación e independentismo de espectros de la sociedad catalana en interés propio, insuflando los mismos e intentando patrimonializarlos, buscando que su postizo liderazgo en esas ideas -en las que nunca creyó y ahí está la hemeroteca- consiguiera un cierto efecto de anestesia sobre la ciudadanía catalana para que se olvidara la corrupción que su formación política ha representado durante demasiado tiempo, hasta afectarle de manera muy cercana y personal, así como los recortes y ajustes que ha aplicado durante su mandato como president, que son exactamente las mismas políticas conservadoras y antisociales que las aplicadas por Rajoy en toda España.

El derecho de autodeterminación es legítimo, el independentismo una idea respetable, aun considerándola personalmente disparatada para Cataluña y para España, pero lo primero que se debería hacer es respetar la voluntad de la mayoría de los ciudadanos y hay que recordar que en las elecciones del 27-S lo que se expresó fue una voluntad mayoritaria de los catalanes, a través de su voto, no soberanista y lo que nunca se debería haber hecho es intentar imponer, de forma torticera, una realidad que no existe. Lo mejor es que Artur Mas forma ya parte del pasado.

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