Por Teo Peñarroja Canós, @TeoPenarroja
Dos campanadas cruzan la plaza mientras el niño le pregunta al abuelo qué hora es. El anciano, sin mirar el reloj, responde que las doce y media. “¿Cómo lo sabes sin mirar el reloj?”, pregunta el niño con ojos de asombro. “Acaban de decirlo las campanas”.
El hombre, como dijo Cassirer, es un animal simbólico. Todo lo que toca lo hace símbolo, todo adquiere en él una nueva significación, ya sean las campanadas, las constelaciones o las rastas, los piercings y las cabalgatas.
El sábado venía en El País un artículo de Íñigo Errejón titulado “Desprecio patricio”. Habla de la primera sesión del nuevo Congreso el pasado día 13 y de cómo los diputados del cambio “ganaron […] las palabras de aquel día”. Los 69 diputados de Podemos y los partidos asociados a él son la tercera fuerza política. No tienen mayoría, pero están en boca de todo el mundo, incluido servidor. Y es porque saben que el hombre es simbólico por naturaleza.
Para Errejón, lo conservador ya no es la derecha, sino lo partidario del mantenimiento de lo establecido. En este nuevo mapa político, donde lo viejo, teniendo todavía la mayoría, ya no pinta nada, el símbolo está en el centro del debate. Y Podemos y sus socios lo hacen francamente bien. Prácticamente tienen el monopolio semiótico de lo nuevo.
Si Pablo Iglesias pide “un país para su gente” en lengua de signos, Alberto Rodríguez promete su cargo con rastas y Carolina Bescansa trae a su hijo al hemiciclo, no es porque tengan un apego especial a tal o cual peinado, o porque la abuela no se pueda quedar con el niño, o porque comunicarse con el resto de los diputados sea más sencillo con el lenguaje de signos.
Los nuevos diputados saben que la batalla política se gana con los signos mucho más que con datos y gráficos y medidas. Las imágenes que recuerdan los españoles son las suyas. El símbolo los hace protagonistas.
Los conservadores de la vieja política se ruborizan. Lo que estos payasos hacen es un circo, puro teatro. ¿Medidas políticas? ¿Cuáles? ¿Las Reinas Magas de Ribó? ¿Los concursos de niños-recolectores de colillas de Carmena? ¿Una okupa como Colau en la alcaldía de Barcelona? Creen que caerán por su propio peso, pero probablemente se equivocan. La balanza del símbolo se inclina a su favor. La política del siglo XXI no la hacen medidas políticas, sino promesas simbólicas.
Errejón ha acertado. Ellos ganaron las palabras de aquel día. Cuando sonaron las tres campanadas, el niño sabía que era la una menos cuarto.