Por José Julio de la Fuente Blanco, @juliodirecto, periodista

El apasionante periodo político abierto en España tras las elecciones generales, con cuatro fuertes partidos en la escena nacional y con una investidura que no parece nada clara, es el caldo de cultivo perfecto para la aplicación de la Teoría de Juegos. Se trata de un modelo de estudio de las interacciones de varios agentes para llevar a cabo procesos de decisión.

Aplicando la teoría de los juegos cooperativos al mundo de la negociación política, un partido logra más prebendas en un pacto si tiene la posibilidad de negociar con socios alternativos. Es decir, que se revaloriza no tanto por su valor de fábrica (90 escaños) sino porque es la única pieza fundamental para inclinar la balanza hacia un lado y al otro. El PSOE se ha convertido en la bisagra de la gobernabilidad. Por tanto, el PP, ya a la desesperada, si quiere contar con poder debería transigir ante los socialistas en grandes reformas (incluida la Constitución), en medidas sociales o incluso apoyando al candidato del partido rival.

Este 'plus' el PSOE también lo puede utilizar –y ya lo está haciendo-- ante Podemos y los nacionalistas, que se están viendo presionados a ceder en sus postulados máximos (referéndum de autoderterminación, por ejemplo) si de verdad quieren impedir el fantasma de la vuelta a la Moncloa Mariano Rajoy. Puede darse el caso de que Podemos, presionado por sus socios de En Comú, persistan en la idea del referéndum catalán, o en no ceder en la aplicación de algunas 'líneas rojas' sociales.

El dilema del prisionero Sánchez

En esta tesitura de falta de colaboración entraría en juego el llamado 'equilibro de Nash', una fórmula elaborada por John Forbes Nash, el matemático estadounidense que logró el Premio Nobel de Economía en 1994 por sus aportes a la Teoría de Juegos y cuya vida basa la película Una mente maravillosa (2001). En esta situación, cada jugador cree que no gana nada modificando su estrategia mientras los otros mantengan las suyas.

De esta manera, cada partido estaría ejecutando el mejor 'movimiento' posible durante las negociaciones para formar Gobierno teniendo en cuenta los movimientos de los demás jugadores. Un conocido ejemplo del 'equilibrio de Nash' es el dilema del prisionero. Consiste en una estrategia policial en la que dos detenidos por un delito son interrogados por separado. Si uno delata al otro, y el otro se calla, el primero sale libre y el segundo recibe el máximo castigo. Si los dos se delatan, ambos tienen penas medias. Y si los dos se callan, ambos consiguen penas mínimas.

Es, en el fondo, un dilema entre confianza y desconfianza; ambición y generosidad. Si Sánchez e Iglesias no consiguen llegar a un acuerdo y ambos se delatan, en unas nuevas elecciones el elector castigaría a quien considere el culpable del desastre y al otro le dejaría libre, como pasó tras el fallido acuerdo entre UPyD y C's. Pero si, como tercera opción, ambos optan por callarse y no airear sus 'líneas rojas', logrando un gobierno de izquierdas, quizá ambos se salven de la quema, perdiendo un resultado de votos mínimos.

El juego de la gallina

En el momento en que se produzca –si el Rey así lo considera-- la investidura fallida de Rajoy, PSOE y Podemos podrían llegar a un pacto de gobierno rápido o, como en el caso catalán, tensar la cuerda hasta el final. Es lo que en Teoría de Juegos se llama 'La Gallina'. Dos coches circulan, frente a frente, en dirección contraria. Pierde el que se retira antes de colisionar. Eso sí, en el caso de que nadie ceda y ambos choquen, los daños para ambos serían mucho más severos que el orgullo.

En ese juego, la presión psicológica puede obligar a un negociador a ceder para evitar un resultado mortal, como hizo al final Artur Mas retirándose para salvar el 'procés' obligada por la minoritaria CUP. Parece que lo más razonable para cualquier jugador, como en este ejemplo, sería girar, aunque sea al final, antes de acabar en el hospital. Pero uno puede también decidir no dar su brazo a torcer en la negociación política en la creencia de que su 'socio' será razonable y decidirá ceder en alguno de sus postulados, convirtiendo al otro en perdedor ante su electorado.

Aunque no todo es teoría de juegos o estrategia en política. Hay muchas más variables. Los ciudadanos entienden qué es lo más “útil” en cada momento, hay votantes de partidos que respaldan unas decisiones que para otros serían inasumibles, es importante la capacidad de cada líder para explicar estas decisiones, la madurez de cultura política de cada formación, las crisis internas, etcétera. Por tanto, el resultado de los movimientos es más imprevisible de lo que parece en cada juego. De momento, la partida de negociar un Gobierno de cambio acaba de empezar. Esto promete. Hagan sus apuestas.

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