Por Lourdes García del Portillo
Se dice que quien hace las reglas hace las trampas. En este caso, los que hacen la trampa no hicieron las reglas, pero las conocen de primera mano porque son las mismas que les han llevado a sus cómodos asientos universitarios.
También se dice que o reformamos o nos hacen la revolución desde fuera, pero se equivocan. Nuestra revolución proviene, paradójicamente, de una de las propias instituciones del Estado. Fruto del declive de la propia educación, los representantes del marxismo más recalcitrante han accedido a la docencia universitaria, y con técnicas propagandísticas archiconocidas aspiran a asaltar el poder.
Para ello, el primer paso, como es sabido desde hace mucho tiempo, es dirigir la opinión pública. En el pasado ese tesoro estuvo en manos de la Iglesia, el Estado y las universidades. Después, los medios de comunicación se convirtieron en los grandes creadores de la opinión pública. Pero ahora los propios científicos sociales han aprendido a manejar los medios, tanto los antiguos, con programas como “La Tuerka”, como las redes sociales. Un estudio de la Universidad de Zaragoza acerca del 15M establecía que, aunque muchos usuarios hubieran dejado de participar durante aquellos días, la red de la Spanish Revolution habría permanecido porque el 10% de los usuarios generaban el 52% de los mensajes. ¿Quiénes conformaban ese 10%? Primero se vendió la idea de que había sido un movimiento espontáneo. Pero, pronto, quién sabe si casual o causalmente, de ese tumulto desordenado emergieron unos cuantos cabecillas que con una astuta estrategia mediática han inundado todos los canales con su información estrambótica y caricaturesca, siguiendo la máxima de Bernard Cohen por la cual los medios no nos dicen qué pensar pero sí sobre qué pensar. Todo buen comunicador sabe que en un mundo disperso como el de hoy hay que ser polémico para atraer la atención. Lo sabía Chávez cantando rancheras y destapando tumbas de próceres de la patria; también lo sabe Maduro con su pajarito. A ese carro se han sumado rápido los Reyes Magos de Carmena y el bebé de Bescansa, entre otros.
El segundo paso fue jugar con las reglas del propio sistema electoral. Podemos sólo ha conseguido 42 escaños. A pesar de todos sus hercúleos esfuerzos mediáticos sigue siendo una minoría, lo cual es esperanzador porque demuestra que la gran parte de los españoles no queremos extremos. Las encuestas, en verdad, no iban tan desencaminadas; y conscientes de ello se aliaron con los grandes premiados de nuestra ingeniería electoral: los grupos nacionalistas. ¿Para qué pactar con IU si con su millón de votos sólo iban a conseguir dos escaños cuando podían unirse al grupo de la señora Colau que, con igual millón de votantes, alcanzaba 12 asientos en el Congreso? Lo tremendo de la situación es que la trampa se la hicieron a sus propios electores.
¿Sabían los que les apoyaron en las urnas que la principal medida de Podemos, por encima de llegar a un acuerdo con el resto de la izquierda, era crear un ministerio de plurinacionalidad? ¿Eran conscientes de que, a pesar de tantas promesas de mejoras sociales, éstas no eran en el fondo su prioridad? Lo triste es que hoy existe verdaderamente una técnica política capaz de hacer que haya una mayor abundancia, distribución y bienestar, pero ésta sólo comienza cuando se promueve un consenso de base entre los distintos actores sociales y se respetan escrupulosamente las reglas del Estado de derecho y del juego democrático.
Pero nuestros marxistas prefieren velar por su propia ambición de alcanzar el poder aunque sea a costa de crear fisuras en nuestra sociedad, que a la larga espolearán la crisis y con ella el sufrimiento de los más desfavorecidos a los que tanto dicen proteger. Y así, siguiendo minuciosamente el manual del populista de Gloria Álvarez, los cabecillas de Podemos ya han superado el paso uno: dividir a la sociedad con odio.
Ahora estamos en la fase dos, que busca eliminar del legislativo cualquier oposición. Y parece que la están desarrollando con éxito porque, si los grandes partidos hacen una coalición, durante los próximos cuatro años los miembros de Podemos nos dirán por activa y por pasiva, como hizo Chávez en su día, que los políticos del resto de los partidos son todos “casta”. Por otra parte, si vamos a elecciones crisparán más a la sociedad para llevarla a los extremos, acabando con el PSOE en las urnas. Finalmente, si pactan con el partido de Sánchez, éste se verá abocado a perder las notas que definen a la izquierda moderada. Y, de esta manera, en vez de mejorar el “juego” político, como habrían hecho docentes con verdadera vocación por mejorar lo público, los neomarxistas han preferido utilizar las reglas de la convivencia en su provecho, para después triturarlas. Ya lo anunciaba Iglesias en su anterior comparecencia ante el rey. Con su significativo regalo nos daba la bienvenida a la versión española de Juego de tronos.