Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo.
"En fin, por el momento me tiene tan contenta haber vuelto a ver y poder trabajar que no me dejo entristecer demasiado por la situación paradójica de haberme muerto en vida y tener que resucitar para seguir viviendo."
El dramaturgo más exitoso de España no ha sido Echegaray, Benavente, Valle-Inclán, Buero Vallejo, Jardiel, Paso o Nieva. Ninguno alcanzó el éxito de una mujer cuyo mérito sigue siendo poco conocido. La SGAE atribuye más de doscientas obras (comedias, novelas, ensayos, poesía, traducciones) a Gregorio Martínez Sierra, marido de la verdadera autora. Se casaron en 1900 compartiendo afición por la literatura y, sobre todo, por el teatro. Vivieron en Madrid y fueron amigos de Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, Benito Pérez Galdós y otros literatos con algunos de los cuales emprendieron negocios comunes, como las revistas literarias Helios y Renacimiento.
Durante los primeros años de matrimonio vivieron del sueldo que ella ganaba como maestra de escuela, mientras Gregorio tejía relaciones para el triunfo literario. La obra que cambió la vida del matrimonio fue la comedia Canción de cuna, estrenada en el Teatro Lara con la firma de Gregorio Martínez Sierra aunque, como las demás, fuese concebida por el talento de su esposa. Premiada por la Real Academia Española como la mejor obra de 1911, Canción de cuna ha conocido versiones teatrales y cinematográficas, la última de ellas dirigida por José Luis Garci en 1994 sin que tampoco entonces figurara en sus créditos la auténtica autoría. El éxito de Canción de cuna consolidó la relación profesional, que no el matrimonio, de Gregorio y su mujer, cuyo sueldo de maestra no volvieron a necesitar. Ella dejó la enseñanza y se encerró a escribir las obras que su marido, director de su propia compañía teatral, representó en teatros de España, Europa y América.
Gregorió pagó a su esposa con la infidelidad y la abandonó en 1922, año en que tuvo una hija con la primera actriz de su compañía, Catalina Bárcena. Cuesta entender lo que sucedió después. Roto el matrimonio, permaneció la alianza profesional o el triángulo formado por la actriz, el director y su genial y oscura esposa, que siguió escribiendo comedias y recibiendo el dinero que Gregorio le enviaba desde Hollywood, donde se rodaron versiones para el cine de varias de aquellas obras. Se ha dicho que nunca estuvieron enamorados. Que ella, seis años mayor, veía en Gregorio a un sustituto del hijo que nunca tuvo. Hay quien supone un sacrificio de la dignidad por el interés. No hay certezas.
Con la llegada de la II República pudieron divorciarse pero no lo hicieron. Gregorio siguió reclamando a su mujer comedias que vender a los estudios cinematográficos, mientras ella presidió una Asociación Femenina de Educación Cívica y salió diputada del PSOE por Granada en 1933. Fue una feminista rarísima. Es fácil culpar al entorno machista, explicación cierta pero insuficiente: hubo algo más, acaso una carencia de autoestima y un desmedido enamoramiento de Gregorio. Ella dejó pistas como el párrafo entrecomillado que abre este artículo. Es la cita de una carta a una compañera, escrita desde el exilio cuando Gregorio acababa de morir en Madrid. A una política socialista no le convenía volver a la España de Franco. Recién operada de cataratas, vio turbio su futuro como escritora sin firma y viuda sin derechos de autor: la heredera era la hija que Gregorio había tenido con Catalina Bárcena.
La infeliz viuda siguió escribiendo sin despegarse la sombra del difunto: "A la sombra que acaso habrá venido -como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar- a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo" (dedicatoria de Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración). Firmó con su nombre de pila pero se empeñó en mantener los apellidos Martínez Sierra. Mientras lo permitió su salud, viajó por países de América intentando la publicación de cuentos, comedias y guiones. En sus últimos años de actividad vivió de artículos en revistas y cuentos que se emitían por la radio. No regresaría a su patria: murió en Buenos Aires en 1974.
La España democrática ha levantado muy despacio el velo que cubría su memoria. De ella se han ocupado pocos estudiosos, el mejor de cuyos trabajos ha sido seguramente el de la norteamericana Patricia W. O'Connor, editado en 2003 por el Instituto de Estudios Riojanos. La dramaturga de mayor éxito en la historia de España todavía no es mucho más que una celebridad regional. Una calle de Logroño nos recuerda su nombre: María de la O Lejárraga.