Por David Barreira
“Que sean otros los que se lleven el castañazo antes que yo”. Eso debió de pensar Rajoy antes de realizar el último gran movimiento del inmovilismo marianista. Una corriente que pasará a los anales de la historia política del país por dejar que todo vuelva a su cauce normal con la simple premisa de que corra el tiempo. El líder del PP será recordado como el presidente del “Luis, sé fuerte”, pero también como una especie de dirigente inalterable ante los acontecimientos y abstraído del mundo exterior.
Encerrarse en sí mismo y adoptar una actitud de opacidad casi absoluta son las estrategias favoritas de un Rajoy desgastado por los casos de corrupción y vilipendiado por la mayoría de la opinión pública. A menor exposición mediática y cuantas menos decisiones se tomen, el riesgo de salir malparado se minimiza. Por eso, Rajoy ha rechazado la propuesta de Felipe VI para presentarse a la sesión de investidura. Si no hay posibilidades de éxito, ¿para qué sumergirse en una votación presumiblemente determinada de antemano si sabes que eso puede poner el punto final a tu carrera política? Este es el mejor ejemplo del lema marianista por antonomasia: la mejor defensa es una buena defensa.
La pelota está ahora en el tejado de un Sánchez que se encuentra encerrado en una encrucijada de dimensiones considerables. El secretario general del PSOE es el epicentro de una batalla entre las izquierdas que huele a carnicería más que a posible acuerdo para la ratificación de un “pacto a la portuguesa”. Por una parte, Susana Díaz y los barones territoriales preparan la artillería pesada para enfilar a todo aquel que esté dispuesto a cruzar la línea roja delimitada por el Comité Federal: no a un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Al otro lado del tablero, Pablo Iglesias ya ha tentado a Pedro Sánchez con una retorcida y peligrosa pero tentadora oferta de apoyo para formar gobierno. Sánchez sueña con mudarse a La Moncloa, pero cada vez cuenta con menos apoyos dentro de su propio partido, situación que lo convierte en carne fresca y apetecible para los intereses podemitas. O se convierte en presidente del Gobierno con el apoyo de las fuerzas soberanistas –algo inconcebible por el núcleo duro del PSOE–, o firma su defunción política.
La encrucijada en la que está inmerso Sánchez no augura buen final para su persona. Mientras tanto, el inmovilista Rajoy, agazapado en su guarida, sonríe pícaramente ante las luchas internas del PSOE y configura un nuevo movimiento maestro para salirse con la suya. Esta coyuntura requiere de los mejores métodos marianistas. Algunos dicen que una retirada a tiempo siempre es una victoria y que cabe la posibilidad de que Rajoy nos sorprenda y se marque un Artur Mas. Los aprendices de su filosofía descartan cualquier tipo de movimiento por parte del presidente.
Sánchez se ve obligado a morir matando. Rajoy quiere perdurar en la cima con el menor desgaste posible.