Por Manuel Fernández Lorenzo, Profesor de la Universidad de Oviedo

Se ha iniciado el juicio por el asesinato de Isabel Carrasco, a la sazón presidenta de la Diputación de León y líder del PP provincial, cometido por Montserrat González, autora confesa de los disparos mortales y madre de Triana Martínez, ingeniera de telecomunicaciones que había trabajado en la Diputación de León ocupando un puesto de funcionaria interina. Según sus propias declaraciones en el juicio, Triana Martínez fue despedida de su trabajo en la Diputación por no acceder al acoso sexual de la presidenta. El caso que se juzga tiene un aroma de crimen pasional, de protección de una madre a una hija, presuntamente sometida a una delirante persecución laboral y tributaria por parte de Isabel Carrasco, una presidenta políticamente poderosa de la Diputación y líder del PP leonés. La prensa del corazón ha visto la veta emocional del caso y se ha embarcado en la peligrosa maniobra de convertir a la asesina en víctima y a la víctima en culpable, montando un juicio paralelo, como suele ocurrir inevitablemente en estos casos.

Es el sino de la actual “sociedad del espectáculo” y asimismo, en nuestro país, de la predominante España dualista o bipolar, que siempre se divide a la hora de juzgar llevada por el pacontrarismo patrio. Frente a ella creemos necesario romper, o al menos neutralizar, dicha bipolaridad desde el punto de vista de los que nos consideramos integrantes de una Tercera España, que no se quiere identificar plenamente ni con las presuntas acciones de la política poderosa ni con las de las locuras delirantes de la asesina. Desde nuestro punto de vista el crimen debe ser visto entonces como un trágico episodio ocurrido dentro de lo que se suele denominar el marco de la casta partitocrática dominante en las últimas décadas del actual régimen de Monarquía parlamentaria española.

Recuerda dicho crimen, no tanto por el contenido juzgado, cuanto por el ambiente social, a conocidos títulos como “El crimen de Cuenca” de la Restauración decimonónica, con su ambiente provinciano y localista de caciques políticos, abusos de poder, etc. Un ambiente que se ha ido imponiendo a raíz de la destrucción de aquella “Tercera España” de la evitación de los extremos que había representado el centrismo de Adolfo Suarez. Destrucción cainita (con el Golpe de Estado del 23 F en el que se involucraron tirios y troyanos, como hoy sabemos fehacientemente tras la publicación de importantes y documentados libros) del que fue el hombre providencial, junto con Torcuato Fernández Miranda, para llevar a cabo la exitosa Transición de la Dictadura a la Democracia que asombró al mundo. Suarez mismo se quejaba de que los españoles decían quererlo mucho pero votarle poco. A ello seguramente no fue ajena la denigración de su figura llamándolo “tahúr del Mississippi” que llevaron a cabo los socialistas en la oposición jabalinesca a Suarez y la búsqueda de su marginación y extinción política posterior. Pero, suprimido el centro político, vino el absolutismo PSOE-PP que eliminó al árbitro que podía pitar las faltas y corregir los excesos, sustituyéndolo por un árbitro comprado, encarnado por la bisagra de los partidos secesionistas, para los que regía el lema de una España cuanto más débil y desunida mejor, la España a la que hemos llegado.

Lo que asombra de las declaraciones testificales del juicio leonés es la naturalidad con que las presuntas víctimas del poder despótico de la asesinada consideren como normal la consecución de plazas de funcionarios por el canal de la cooptación política, en su caso como afiliadas al PP, para entrar en sus círculos de acceso, no ya a cargos políticos, lo cual es legítimo, sino a puestos de trabajo en propiedad y pagados por todos los españoles con nuestros impuestos. Asombran asimismo las presuntas actuaciones prepotentes de una jefatura política que, cegada por una animadversión personal, trate de utilizar desde inspectores de Hacienda hasta los empresarios condicionados por las dádivas de los contratos con el Estado en un injusta persecución.

Asimismo es horrible ver como tantos compañeros de partido miran hacia otro lado. Ciertamente hay un dato esperanzador al que agarrarnos, como el hecho de que a veces algunos jueces o técnicos de Hacienda reconociesen la improcedencia de las sanciones o de las acusaciones. Pero solo eran pequeños muros ante el gran torrente arrollador de un poder político que no reconoce límite a sus impresentables deseos de satisfacer las más bajas pasiones, y que en este caso terminó en triste tragedia.

Lo más grave del asunto nos parece, sin embargo, que este no es un caso aislado de corrupción de la democracia en las últimas décadas, sino que, como colofón y enseñanza que podemos sacar de lo dicho, habría que recordar, para otras Provincias y Autonomías del resto de España, aquello tan clásico del poeta romano Horacio: De te fabula narratur (de ti se cuenta la historia).