Por Jesús Viciosos Hoyo
Hay algo de lo que no se habla estos convulsos días políticos. Es lógico. El (por momentos) esperpento televisivo en el que se ha convertido el larguísimo pos-20D da juego a los espectadores (que ya no votantes) y hasta la inmensa mayoría de los medios participa en esta travesía sin rumbo. La culpa, claro está, es la fascinación por algunas cosas no nuevas (golpes de efecto siempre los ha habido), sino ciertamente inusuales en los últimos años.
Pero el caso es que nadie se da cuenta, entre autonombramientos de vicepresidencias y acusaciones cruzadas de quién tiene que ir a la investidura primero, del hermosísimo tiempo que están derrochando estos políticos elegidos hace más de un mes en las urnas con la expresa obligación de actuar en nombre de los ciudadanos. Y no es entendible, a estas alturas de la película, qué tipo de privilegio (al que ni siquiera ha renunciado Podemos, tan renunciadores ellos) poseen los políticos a no ser diligentes, a negociar con premura, a coger los teléfonos incluso en fin de semana, a moverse de una vez por todas.
Conozco pocos trabajos en los que los tiempos se prolonguen tanto. O que se le pueda decir al jefe que no se sabe cuándo va a estar el pedido listo. Pero es que pasan los días y las semanas sin que el estancamiento se mueva un ápice. Todo queda en palabras, casi todas a la caza de sillones, y nadie habla de hechos. De política, vamos. Qué pronto los políticos se han olvidado de la política. ¡Y de sus tiempos!
Puede que, como reza en el dicho popular, la prisa mate, pero lo que no se puede permitir es que el café se quede frío. Porque va a llegar el momento (si no ha llegado ya) en el que a los ciudadanos todo este teatro televisado les sea indiferente. Es decir, que mientras unos cuantos se juegan los cuartos de todo un país, los que se lo curran de verdad se olviden de que dieron unos votos prestados para que las cosas funcionen mejor.
Que los políticos se dejen de anunciar movimientos; que muevan ficha ya. Si siguen mareando la perdiz, es decir, dejando que el tiempo pase para que en la partida de ajedrez que hay en marcha nadie gane, sino que alguien pierda, el café se quedará frío. Y el café frío, incluso el del Congreso, está malo.
@jesusvicioso