Por María Luz Simón González

Al Sr. Errejón

Dice usted, Sr. Errejón, que se esfuerza en que se entienda que la disyuntiva no es capitalismo-marxismo sino capitalismo-democracia, entendiendo que el líder, como diría su amado Lenin, debe ir sólo un paso por delante de la masa. El problema es que la masa hace tiempo que no se siente ni se quiere sentir masa.

La diferencia entre los totalitarismos y la democracia no está en la economía por mucho que se empeñe, la diferencia está en que yo le pueda decir lo que pienso y usted tiene la obligación de respetarme y viceversa y, por supuesto, en que son los individuos, uno a uno, voto a voto, los que deciden las pautas fundamentales de su destino como nación. Si sus ideas no respetan estos mínimos, seguramente no podremos mandarle a la cárcel en una democracia, incluso tendremos que escucharles en sus mítines sentirse moralmente más respetables y hasta tendremos que sentir el miedo de que individuos que jamás se preocuparon por mejorar su destino o tuvieron la mala suerte de subirse a un tren equivocado, le aporten suficientes apoyos como para formar parte del gobierno del país que quieren aniquilar.

Pero no se confunda Sr Errejón, su mirada inquisitorial junto a Pablo Iglesias echándole un órdago a la grande a Sánchez nos puede asustar, temer los más terribles presagios, pero no nos hará ver democracia en la Rusia de Stalin o en la Venezuela de Maduro. La democracia exige igualdad de oportunidades, pero tener el mismo punto de partida no conlleva llegar juntos a la meta, máxime cuando la meta será distinta para cada uno si se nos da la libertad necesaria.

Porque por mucho que se empeñen mi voto vale igual que el suyo, no hay votos de primera con el marchamo de “pueblo” o “gente” y otros de segunda categoría, dignos de la hoguera porque lleven una dedicatoria especial a un partido que ustedes no han bendecido con su agua del Orinoco.

No, Sr. Errejón, fue el desarrollo del capitalismo el que permitió a los obreros, que trabajaban por un jornal de sol a sol, pensar que podían disfrutar de algo más en este mundo, a las mujeres que llevaban a sus hijos al campo agarrados a sus caderas, porque literalmente no tenían dónde dejarles, tener una vida más digna, a los pobres que iban de pueblo en pueblo de España pidiendo a los que apenas podían alimentar a sus proles, que hoy hayan desaparecido de nuestros caminos. El capitalismo dio libertad a los ricos de ser desaliñados como ustedes y a los pobres de cambiar su destino.

Pero hay algo todavía más importante si cabe. El comunismo es incompatible con el arte, porque se acuna con el materialismo y el bloqueo de la libertad individual. El arte necesita individuos únicos, libres, que puedan dejarse embaucar por todos los acordes que animen su espíritu. Es curioso, porque los artistas miran a su izquierda buscando el espacio donde su arte puede encontrar más espacios de libertad, pero cuando llegan al comunismo huyen al contemplar cuántas hogueras iluminan sus noches, hogueras que destruyen esos espejismos de palabras grandilocuentes pero hueras, esos fuegos de amor fraternal que destruirán todo aquello que no esté construido con el permiso y beneplácito del lenincito de turno porque desvía la atención de los problemas que decidió convertir en los más importantes.

Queremos soñar con un mundo más justo, con menos corrupción, con más democracia, sin hambre, mejor educación, mejor sanidad... pero sabe, “sobre todo”, queremos ser libres de soñar nuestros sueños.

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