Por Ignacio Brime Yusta

Desde el 20D llevamos escuchando argumentos que apelan a la norma no escrita para tratar de desentrañar los siguientes pasos que se espera dé el Rey en una situación inédita. Es cierto que nuestra Constitución y el resto del corpus legislativo no recogen de una manera inequívoca qué habría que hacer en un caso como el actual, igual que no contemplan que haya que evitar elecciones nuevas a toda costa. Curiosamente esta situación nos deja más cerca de la anhelada separación de poderes, pues con esta composición parlamentaria ningún gabinete va a tener fácil gobernar de espaldas al parlamento. Por primera vez en los últimos cuarenta años, es posible que el Congreso controle de manera efectiva al Ejecutivo.

Con Rajoy amortizado y Sánchez cuestionado dentro y fuera de su partido, no apostaría mucho por un gobierno presidido por cualquiera de los dos ni en términos de resultado ni en términos de duración. El problema no es que no haya mayorías, el problema es que las minorías que hay son de bloqueo, y no parece que unas nuevas elecciones fueran a cambiar sustancialmente el mapa. ¿Qué hacer entonces?

Se ha hablado mucho de gobiernos de concentración o grandes coaliciones como en otros países europeos, pero no parece que esta opción, planteada incluso por Felipe González y José María Aznar (por fin acuerdo entre ambos en algo, ver para creer), tenga demasiadas simpatías en ninguno de sus respectivos partidos. Si A no puede hablar con B pero sí con C, y B no puede (ni quiere) hablar con A pero desea fervientemente apoyo de C, entonces puede que la hora de C esté llegando. Hasta el lector más despistado habrá notado que el uso de letras en esta relación no es casual.

¿Y si la concentración tuviera lugar en torno a un tercero? Un gobierno presidido por Albert Rivera con ministros del PP y el PSOE en proporción a su representación parlamentaria eliminaría de un plumazo las actuales excusas de unos y otros para no apoyar al contrario y les obligaría a posicionarse. Ambos partidos tendrían voz en el gobierno y contarían con su minoría parlamentaria de bloqueo para controlar a ese hipotético Gobierno, obligando a un continuo ejercicio de negociación.

La pretendida continuidad de Rajoy y el recambio por un gobierno de Sánchez son combinaciones imposibles en un caso y previsiblemente débiles en el otro, con un poco deseable sometimiento a las presiones populistas e independentistas de Podemos y el resto de partidos regionales. Frente a ambas, hay un tercero sin hipotecas y que ha demostrado disposición al diálogo con ambos. Arriesgado, sí, pero Suárez salió de un lance más difícil en 1976, y gracias a ello yo hoy tengo la posibilidad de escribir esto en un medio.

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