El converso

El exgerente de Imelsa Marcos Benavent/Juan Carlos Cárdenas/EFE

Por Francisco Miguel Justo Tallón, @pelearocorrer

En la selva amazónica Marcos Benavent toma ayahuasca y limpia su alma después de haber sucumbido durante décadas a la droga inocua del dinero. La condición humana es un misterio que tiene la vergüenza fácil, basta con desnudarse para llegar a una conclusión obvia: estoy gordo. Así, Marcos Benavent ha necesitado pasar por el Amazonas, el único lugar del Planeta donde puedes sentir la respiración del mundo, para darse cuenta de que lo que hacía estaba mal. Él mismo se define como un yonqui del dinero; desde la lógica del yonqui, el viaje espiritual que le llevó hasta la tierra de los jíbaros debe desembocar en una redención definitiva, un alumbramiento que explique sin fisuras toda la tragedia de sostener una doble vida. Pocas cosas son tan insoportables como la falta de sentido y Benavent habrá descubierto finalmente, antes de partir al Amazonas, que detrás del dinero sólo se esconde una cifra que no dice nada, un número gélido, un apunte en una cuenta bancaria.

No me fio de los conversos, así como tampoco de los iluminados, ambos parecen siempre estar a punto de cruzar una frontera: la misma frontera que defendían como inamovible diez minutos antes de cruzarla. Que todos estemos dispuestos a contradecirnos no significa que no haya puntos de anclaje innegociables, grandes ideas sobre las que levantar el edificio de la cordura.

El ángel caído de la corrupción es un ente que nadie está dispuesto a mirar a la cara. Bastarían un puñado de leyes y mecanismos administrativos para evitar ciertos desmanes en las administraciones públicas. Si no se han llevado a cabo aún es porque la corrupción se entiende como un mal congénito a la estructura social, o sea, que se sigue teniendo una idea mágica en torno al problema: todos somos corruptos pero no hemos tenido aún la oportunidad de corrompernos. Desde este punto de partida no hay nada que hacer más que colocar a posteriori una gestora que suplante a los populares valencianos. Y rezar para que en mi partido no hallen cobijo ciertos golfos. Así todas las medidas que se han ido tomando en democracia parecen responder únicamente al principio del castigo. Actúa la ley cuando el sistema fracasa.

La corrupción es posible porque la administración contempla ciertas reglas del juego susceptibles de ser trampeadas. Otorgarle a la corrupción una categoría absoluta nos aboca a la inacción, nos convierte en marionetas que no son dueñas de su destino. Marcos Benavent sabía muy bien lo que hacía, de hecho se guardó las espaldas con grabaciones que implicaban a toda la cúpula del Partido Popular valenciano.

Resulta revelador que frente al delito de la corrupción Marcos Benavent haya encontrado consuelo y fortaleza en la religión, disfrazándose de hippie Loreal, con el pelo blanquísimo y la barba turgente, purísimo en los gestos yoguis pero con la misma mirada turbia y brillante que contaba billetes en los años salvajes. Cuidado con los conversos, nunca sabe uno si le da la mano al convertido o al otro.