Resucitemos a Montesquieu

Congreso de los Diputados/J. J. Guillén/EFE

Por Ignacio Brime Yusta

En mi memoria los discursos de investidura no eran precisamente los más vibrantes. Pareciera existir una regla no escrita que obliga a los candidatos a hacer eso que se llama discurso de Estado, donde debe primar un tratamiento serio rayano en lo soporífero de sus propuestas. Siendo por tanto previsible el discurso de ayer de Pedro Sánchez, esperaba todas las novedades y con ellas las noticias en las intervenciones de hoy. Coincido con el director de este medio en que Albert Rivera ha hecho el discurso más sólido. El discurso de Rajoy me ha parecido brillante para un líder de la oposición, pero en ningún caso ha sido discurso de "presidenciable". Por su parte me ha decepcionado Pablo Iglesias tanto en el fondo como en la forma.

Vistas ya todas las posiciones de cada uno, la política española está ahora más inmóvil que el frente de trincheras que asoló Europa hace ahora cien años (y perdón por la licencia del símil). Ahora bien, ¿qué ocurriría si alguno de los contendientes ejecutara una maniobra no prevista? Una abstención en segunda vuelta del PP o de Podemos colocaría a Sánchez en la Moncloa obligando a éste a negociar uno a uno cada proyecto de Ley que pretendiera promover. La introducción de enmiendas parciales a proyectos emanados de un gobierno PSOE-Ciudadanos pueden ser un instrumento de poder agotador para todos los partidos pero muy beneficioso para España. Si el PP, por ejemplo, apuesta a la sistemática enmienda a la totalidad de Podemos, puede quedar en la oposición y ejercer acción de gobierno a través de esta figura.

Si algo ha provocado el resultado electoral del 20D es revalorizar el poder legislativo. Ahora toca esperar a que sus Señorías recuerden a Montesquieu y tengan arrojo para hacer algo audaz.