La plaza del diamante

Lola Flores en La plaza del diamante

Lola Flores en La plaza del diamante

Por Mario Martín Lucas

Crítica teatral a La plaza del diamante, producción del Teatro Español que se está presentando hasta el 14 de abril en el Teatro Bellas Artes, de Madrid.

Mucho se ha criticado en la historia de las artes españolas, especialmente en lo que se refiere al cine, la reiteración de las historias enmarcadas en el terrible sufrimiento que supuso la Guerra Civil y la posguerra: las miserias, el hambre, los boniatos, el frío solo sofocado por pequeños rescoldos a modo de brasero bajo la mesa de camilla, la apagada luz de las casas soportada en un pequeño flexo y algunas velas, el sonido de la radio como única compañía en las largas tardes del invierno… y varias generaciones de españoles condenados a ser “razonablemente” felices entre todo ello, hasta ser capaces, incluso, de conseguirlo; pero nuestra historia es la que es.

Mercé Rodoreda escribió, en 1962, la novela más reconocida, en lengua catalana, sobre la postguerra española, bajo el título de La plaza del diamante, la cual toma el nombre de un conocido espacio abierto ubicado en el populoso barrio de Vila de Gracia de Barcelona, muy cercano al Teatre Lliure. Dicho texto llega estos días hasta el escenario del Teatro Bellas Artes, de Madrid, en traducción y versión de Joan Olle, tomando carne el personaje de La Colometa en Lolita, quien realiza un gran trabajo, dando nuevas muestras de su capacidad de interpretación, que ya dejó vislumbrar en Rencor –de Miguel Albaladejo- en 2002. En esta obra fue premiada con el Goya a mejor actriz revelación, transfigurándose, en esta ocasión, en una mujer contenida, sumisa y un punto encogida, con todos las rasgos con los que definió Rodoreda a la protagonista de este texto, atemperando la Flores su natural carácter, personalidad y rasgos familiares, en un soberbio ejercicio del que pareció no haber sido capaz de recuperarse ni durante la larga fase de aplausos con el que el publico premió su gran labor, que recibió aún con el gesto de La Colometa: brazos cruzados sobre su torso y mirada entre doliente y agradecida a la vida, sin permitirse liberar sus propios rasgos.

El espectáculo que se presenta ante nuestros ojos, lo es bajo la forma de monólogo y tiene una complejidad acrecentada para la intérprete, que lo desarrolla durante los setenta y cinco minutos de su duración, sentada en un banco público de los que habitan la plaza del diamante, en los que va desgranando los hitos de su vida: desde Quimet, a Antonio; desde sus padres a sus hijos, todo sin mucha pasión … pero siempre con esperanza; con el único atrezzo de unas bombillas, a lo largo de un cable que cruza el escenario, que van jugando con distintos colores e intensidades, los diferentes momentos de la representación.

Personalmente considero algo rígida la decisión de que no tenga movimiento la protagonista del texto, ni abandone el banco, ni se mueva por el escenario, pero evidentemente se trata de una elección del director y lo que es cierto es que supone una mayor dificultad para la actriz protagonista, que lo supera más que satisfactoriamente, viniendo a mi recuerdo, según lo observaba, a aquellos cantaores flamencos, o cantaoras, que interpretan sus cantes sentados en una silla, en forma de mayor alarde.

Un escenario casi vacío, ocupado por un solo banco, con una hilera de bombillas, un buen texto y un gran trabajo interpretativo de Lolita Flores nos vuelven a demostrar la fuerza y la magia del teatro. Una muy recomendable propuesta y todo un golpe en la mesa, en forma de demanda de nuevos papeles, por parte de la actriz protagonista.