Por Juan Pedro Iglesias García

D. Arturo Pérez-Reverte ha escrito mucho. Y, entre tantos libros, ha parido grandes obras y mucha vida, que en ocasiones, muy a lo jácaro, ha resuelto con estocadas de acero literario y en otras, con un: “Le pido disculpas, me dejé llevar por el calor de la refriega”. Tajos certeros y humildes, que dejan a quién los recibe con el aire entrecortado, huyendo hacia el barrio de las emociones. Al menos, eso creo yo y el casi cien por cien de los más de un millón y medio de seguidores en Twitter. Habrá algunos, a saber los menos, que aunque no lo lean por escasa inteligencia, sólo lo sigan por ser mirones o espías, que también los hay, de lo que acontece en la vida tuitera de uno de los mejores escritores en lengua castellana que haya de existir.

El otro día leyendo el Club Dumas, me detuve en la cita del librero de la rue Bonaparte:

̶̶̶ Amigo mío -dijo gravemente Athos-. Recordad que los muertos son los únicos con los que no se expone uno a tropezar de nuevo sobre la tierra.

(Los tres mosqueteros. A. Dumas)

Esta cita, quien sabe, debiera hacernos interpretar la vida con suficiente alerta, como para caer en la cuenta de que en el mundo en que vivimos, todo lo malo ocurre una y se repite cien veces. De que tropezamos y repetimos el mismo tropiezo, en el mismo lugar en el que la naturaleza del hombre parece transitar con las peores intenciones, para casi siempre y por encima de todo, oscurecer las cosas buenas. Con la sinrazón y la estupidez por bandera, para así unidas en afrenta común, vencer a la inteligencia de la razón y de la cultura.

El otro día, durante de la intervención del diputado de (ERC) Gabriel Rufián en la segunda ronda de votaciones para la investidura del Sr. Sánchez, asistimos para nuestro sufrimiento, a un espectáculo chulesco y nunca mejor dicho, rufianesco, del diputado en cuestión.

Con buen criterio y con el estilo que le caracteriza, el Sr. Pérez-Reverte, se quejó en Twitter de Rufián para decir que: “La España que sentó en el Parlamento a ese joven merece irse al carajo”. A lo que Rufián contestó a ese lance y con la intención de zafarse de su contrario, con la foto de una marcha a favor del independentismo y un: “No se apure @perezreverte. Ya nos vamos nosotros”.

La visión de Reverte, como para casi todas las cosas, no se quedó en la forma. Asistió con tono y manera conciliadora al principio y reconociendo parte del discurso político de Rufián en lo social, entró al fondo del Hemiciclo para decirle, que: “como español representado en ese Parlamento, me disgustan la zafiedad, la incoherencia, la mala sintaxis y la demagogia”.

Siempre hubo segundas partes y de este modo, el “charnego independentista”, como así se hizo llamar Rufián, fue recibido magistralmente con: “A usted no le llaman charnego en España, sino en Cataluña. Y ése es el problema, creo. Su necesidad de que no se lo llamen”.

Certero Reverte, desde el instante en que el aburrimiento era necesario transformarlo en algo más ameno y divertido. Un entretenimiento útil e inteligente y no una sarta de idioteces y falsedades juntas. Que, por otro lado, para lo único que han servido, como ha demostrado nuestra más reciente historia, ha sido para alimentar los deseos independentistas o nacionalistas de unos dirigentes políticos mediocres que han abocado al fracaso a una sociedad civil engañada con banderas y mentiras.

Aún, hoy, recibimos ecos del pasado reciente. Y constato la bajeza intelectual que algunas personas tienen, para no querer entender que nuestro gran pesar viene de la mano de una casta política antigua y moderna.

La España de las comunidades se tambalea y las distintas varas de medir en la Justicia, nos hace ser desiguales unos a otros, no cumpliéndose lo de: “Todos somos iguales ante la Ley”. La corrupción política, y una sociedad con falta de moral, ha calado tan hondo en nosotros, que el sentido de pertenencia disipa la necesidad de no pertenecer más a un sitio, que a otro. Como diría el poeta: “Me duele España”.

Ahora, y mientras termino mi jácara o razonamiento, oigo a la noche respirar su sueño y en espera del nuevo día, indago que entre rufianes anda el juego.

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