Pedro Sánchez, al final de la votación de investidura.

Pedro Sánchez, al final de la votación de investidura. Dani Pozo

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Menos vetos y más pactos

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Por Alejandro Pérez-Montaut Marti

Huérfanos políticos. Esta es la única forma con la que mi cabeza es capaz de describir en estos momentos la situación de los españoles. Casi tres meses después de las elecciones generales, aún no tenemos gobierno, y el 26 de junio se acerca veloz e implacable. Llamar a los españoles a acudir a las urnas de nuevo, no sería otra cosa que la demostración final de un fracaso democrático, en el cual, nuestros dirigentes demostrarían no haber sabido estar a la altura de lo que el pueblo les pidió el 20-D. La voluntad popular quedaría pues en entredicho si se celebrasen nuevos comicios. Hasta el momento no se han alcanzado acuerdos que pongan en marcha la maquinaria institucional española para así quitar un poco de incertidumbre y dar seguridad y estabilidad a nuestro país.

Después de la investidura fallida de Pedro Sánchez, el Rey no ha encargado a nadie la misión de formar gobierno, sino que ha decidido que los partidos emprendan un necesario diálogo antes de celebrar otro debate de investidura inútil, destinado a acabar con los mismos reproches infantiles por parte de algunos que, a día de hoy, creen que el hemiciclo es un gigantesco y sofisticado plató de televisión. Ahora pues, de lo que se trata es de ejercer ese arduo diálogo que parece pesar a unos más que a otros, hasta que algún candidato consiga los apoyos suficientes para ser investido presidente. Una tarea difícil vista la falta de entendimiento y los vetos de los diferentes grupos políticos entre sí.

Por un lado, Pablo Iglesias y su partido han intentado formar una mesa de negociación a cuatro junto con Izquierda Unida, Compromís y el PSOE, que ha tenido que ser suspendida dada la ausencia de los socialistas, que se negaron a acudir sin Ciudadanos, partido que ha sido vetado por la formación morada. Así es, desde Podemos rechazan hablar con todo aquel que proponga ideas diferentes a las suyas, o mejor dicho, con todo aquel que pueda despojar a Iglesias de su ansiada vicepresidencia, vetando por ende a millones de personas que creen que el cambio pasa por Ciudadanos.

Al haber acariciado el cielo, y ante la posibilidad de que este le fuera arrebatado, Iglesias decidió actuar, y durante el debate de investidura disparó a diestro y siniestro, desechando la educación y compostura que exige un lugar como el Congreso de los Diputados, para, con unas formas un tanto cuestionables, intentar arrastrar consigo a todo aquello que, según su criterio, entorpece sus planes. Una estrategia previsible, como todos sus actos, pero que cursó sin éxito, pues el señor Iglesias ya no se encuentra en una tertulia política de sábado noche, sino que está en un edificio donde se hace política seria. Desgraciadamente, lo más serio que ha hecho hasta ahora ha sido proponer, junto con Compromís, el cambio de nombre del hemiciclo por considerarlo machista. Así, la única baza que le queda es el espectáculo y la reacción infantil de negarse a abrir un diálogo con el PSOE si éste incluye a Ciudadanos, y por ello, lo único que pueden hacer desde la bancada de Podemos es morir matando, bloqueando cualquier forma de gobierno que incluya a Albert Rivera.

Pedro Sánchez, por otro lado, parece encontrarse ahora más dispuesto a iniciar un proceso de diálogo con el PP, para así explorar el posible y deseado escenario de una gran coalición formada por los tres grandes partidos constitucionalistas, que asegure la unidad de España, y, a través del consenso, lleve a cabo las reformas que necesita nuestro país, gozando a su vez de un amplio apoyo en la cámara. El problema que acecha al Partido Socialista, es el juicio al que será sometido por parte de la izquierda radical, que lejos de aceptar esa mayoría parlamentaria, intentarán destruir y deslegitimar ese pacto mediante el uso y abuso de las redes sociales.

Son tiempos de cambio, y los partidos políticos han de estar a la altura de las circunstancias. El PP y el PSOE tienen la obligación de entenderse, pues los españoles no estamos dispuestos a que resten validez a nuestros votos. Desde el PSOE han de fijar la mirada en otros países de la Unión Europea, en los cuales partidos con ideologías opuestas gobiernan en coalición. Desgraciadamente, España está aún lejos de abandonar esa mentalidad guerracivilista, perpetuándose así los bandos y la confrontación que nada bueno aportan a nuestro país, todo ello promovido por un sector radical y muy ruidoso de la población.

Ciudadanos puede, sin embargo, ser la fuerza que marque los pasos de esa gran coalición, propiciando un sincero estrechamiento de manos entre el PP y los socialistas, que habrán de ceder en determinadas cuestiones si quieren que España sea gobernable. Albert Rivera puede ser el promotor de la erradicación de esos eternos enfrentamientos que viene cargando España sobre sus espaldas desde hace décadas, y de los que aún no se ha librado muy a su pesar.Es momento de no pensar en los sillones, sino en los ciudadanos. Abandonar el egocentrismo y abanderar la solidaridad. Es tiempo de entendimiento, de diálogo. Es el tiempo de España.

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